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Queremos una vida, un futuro

Familia de Nafeh Hajhussin con su niña nacida el campamento hace 20 días. Vivian en Damasco, Siria, donde trabajaba en una empresa de carpinteria de aluminio y cristal. Se fueron empujados por la guerra. Sobre su casa cayyeron dos bombas. Quieren llegar a Holanda.

Familia Haj Hussin con su niña  de 20 días nacida el campamento.

Los primeros días de nuestro viaje a los campos de personas refugiadas en Grecia, en el pueblo de Polykastro muy cerca de Idomeni, coincidimos durante la cena con una madre y su hijo, de Barcelona, y nos contaban las razones por las que estaban allí y sus motivos para viajar a los campos, que -como confirmamos días después- es común en los cientos y cientos de personas voluntarias que cada día comparten la vergüenza de ser europeos con la decisión de  paliar el abandono y la crueldad de los países de nuestro entorno para con las personas, hombres, mujeres y pequeñas que están viviendo esta tragedia humanitaria. Comentaban que hoy, se acercaron a una familia siria en el campo de Eko, cargada de pequeños y a la que intuían una mayor vulnerabilidad, y les preguntaron que necesitaban con más urgencia. La respuesta les dejó muy conmovidos: “Gracias, no necesitamos nada, queremos una vida. Teníamos un supermercado en Siria y vivíamos bien, salimos de allí huyendo de la guerra y de los bombardeos y pensamos que tendríamos una oportunidad de refugio en Europa, para poder trabajar y tener una vida, de vivir en paz y con nuestro trabajo. Nunca pensamos que tendríamos que estar así, en estas condiciones. De haber sabido que nos convertiríamos en personas sin hogar y sin futuro nos hubiéramos quedado a morir en nuestro país”. “Gracias a las organizaciones y personas voluntarias pero ustedes no pueden solucionarlo”.

La desesperanza ante su futuro es una constante en todas las conversaciones con las personas refugiadas que huyeron de la guerra, del conflicto, de las bombas, de la inseguridad vital, de no saber quién te va a matar o quien tira la bomba que deshace tu casa y tu trabajo.  Las y los refugiados que llegan a las costas griegas desde Siria, Irak, Kurdistán, Afganistán, en su mayoría, son familias que tenían una vida organizada en sus países, un pequeño negocio, un trabajo en un banco, en una escuela de hostelería, en unos grandes almacenes o en una multinacional textil gallega.

Toman la decisión de marcharse cuando una bomba destruye su casa, cuando se cierra o se derrumba el lugar en el que trabajan, porque su familia está amenazada, porque no quieren luchar, porque otros los ven como enemigos, por los unos o por los otros, e inician el viaje. Cargados con los pequeños que apenas pueden caminar, con bebés y alguno por nacer, con las pocas pertenencias que pueden transportar caminando, y con el dinero que consiguieron juntar con la colaboración de toda la familia comienzan un viaje que dura como media dos meses.

Tienen que pagar a los traficantes para cruzar la frontera turca, 800, 1.000, 1.500 € por persona, un poco menos por los pequeños, andando, subiendo montañas y vadeando ríos, sin ninguna seguridad. La policía turca les dispara, les pega y los detiene, casi todas las familias estuvieron 10, 20 o 30 días en las cárceles turcas, en condiciones terribles y sin saber por cuanto tiempo, nadie les informa y un día alguien decide que se vayan.

Siguen su viaje hasta la costa turca y pagan de nuevo a los traficantes cantidades similares o más altas para conseguir un pasaje en una balsa abarrotada. Las personas que sobreviven –un número indeterminado de cadáveres quedan cada día en el Mediterráneo-  cuentan el miedo, el frío, las olas, la inseguridad y el terror vivido antes de llegar a las islas de Lesbos o Quíos, donde son atendidos por las personas voluntarias. Nos cuentan el enorme agradecimiento para todas ellas, que los rescatan del agua, que los salvan, que les traen mantas a la orilla en un verdadero recibimiento solidario, y es en ese momento cuando sienten que su vida ya no corre peligro.

El gobierno griego los traslada en barcos a Atenas y desde allí los reparten por los distintos campos que hay por toda Grecia, contamos 38 campos, pero seguramente serán más.

Inician el viaje de huida del horror convencidos de que los países de la Unión Europea, con su parte de responsabilidad en la tragedia humanitaria en que se convirtió la vida en su país,  los acogerán, y les darán una oportunidad para continuar trabajando y ocupándose de sus familias, como habían hecho siempre. No quieren caridad, no piden que se les mantenga, de hecho el contexto en el que viven en los campos, para muchos de ellos, es humillante, e intentan mantener la dignidad cuando van al almacén a buscar el calzado, la ropa o la comida para sus hijos.

Campos en los que viven alrededor de 60.000 personas en Grecia, y cientos de miles en Turquía, Jordania o Líbano. Campos informales instalados en cualquier lugar de uso público o privado, y campos gubernamentales ubicados en terrenos o edificios públicos  decididos por el gobierno. La tendencia de los militares y policía que gestionan los campos es ir trasladando a los campos oficiales a todas las personas que están en los asentamientos informales. Según la información publicada en DEIA estos días, se prevé el  desmantelamiento de EKO, BP y Hara, tres campos instalados cerca de Polykastro.

En estos tres campos trabajan varias organizaciones no gubernamentales, las grandes, las más pequeñas de origen local o autonómico, y los cientos de personas voluntarias independientes que deciden su viaje, por diversos motivos y con un elemento común: la indignación y la necesidad de mostrar su solidaridad, su comprensión y lo que con su trabajo y sus escasos recursos puedan aportar. Y entre todas y todos cuidan de la salud, de la comida, de la atención a los bebés, dan clases de inglés, y hacen reír a los niños un rato cada día. Las iniciativas de las distintas organizaciones se ponen en marcha y el ambiente de colaboración entre las personas voluntarias es fundamental para poder hacer mucho y estirar lo poco.

Los campos gubernamentales están gobernados y custodiados por el ejército que es quien toma las decisiones, como en el campo de Katsikas. La autoridad de su presencia constante a la entrada del campo no nos impide entrar y salir, ni a los voluntarios, ni tampoco a las mujeres que pasean al atardecer con los niños, o las familias que se acercan al pueblo para salir un rato de ese espacio árido de color blanco, piedras blancas en el suelo y tiendas blancas. Cuando el sol está en lo más alto son pocas las personas que caminan por esa explanada sin una sombra.

Impresiona mucho al llegar la cantidad de niños y niñas en los campos, se calcula que entre el 40 y el 50% del total de las personas refugiadas. En el campo de Katsikas, de casi 1.000 personas, las voluntarias hicieron un censo de 95 bebés de menos de 2 años, y son cientos los pequeños de todas las edades que corretean, juegan y saltan. Sus sonrisas y su actitud abierta y espontánea son un espacio de relax que se agradece en medio de la tristeza.

El ejército toma las decisiones en el campo. Decide cerrar la cocina y les obliga a comer el catering que reparten ellos, insuficiente e inadecuado, porque dicen que la cocina no cumple las normas de seguridad. Acaso las personas viviendo en tiendas de campaña, con wáteres químicos, y pocas duchas, en medio de la nada y durante meses, cumplen alguna norma sanitaria? Y los miles y miles de familias durmiendo en colchonetas, sin suelo, con cientos de moscas, con mayores y pequeños con distintas enfermedades, cardíacas, cáncer de hígado, enfermedades infantiles raras, conjuntivitis, heridas, las que traen algunos de metralla y las que se hicieron durante el viaje, cumplen con los elementales derechos humanos?

Los y las voluntarias estuvieron durante días limpiando a fondo la cocina, las neveras, los fogones, ordenando las estanterías, preparando desagües,  intentando que se pueda volver a abrir, es imprescindible para garantizar una alimentación básica.

Y esta es la actitud. Obligan a desmontar lo que con tanto esfuerzo instalaron la víspera los bomberos de Aire, y el médico militar no se relaciona con otros servicios médicos instalados en el campo, Médicos sin Fronteras y Médicos del Mundo, ni con alguna voluntaria médica experta y solidaria, que con un enorme esfuerzo personal intenta paliar tanta necesidad.

Hace unos días se murió una mujer de un infarto. Muchos en el campo, mayores y pequeñas, tienen problemas cardíacos por la situación vivida, el viaje infernal, el miedo, la angustia, las malas condiciones de vida, la falta de control de enfermedades y su atención, y la necesidad de que en el campo pueda haber un desfibrilador, ya demandado, son determinantes. El gobierno griego proporcionó un sitio para enterrarla y entre las personas voluntarias pagaron el entierro.

No pueden seguir ahí, es intolerable, no se puede vivir durante meses en estas condiciones, custodiados, sin que nadie tramite sus papeles, sin una salida para cada una de las familias. Hay algunas que tienen familiares en Alemania, en Holanda, en otros países y quieren irse a vivir con ellas, imprescindible que se puedan agrupar las familias de los que salieron antes de Siria y los esperan. Otros no tienen familia en Europa y les daría igual ir a uno u otro país, pero quieren irse para poder empezar a vivir, a olvidar el horror de la guerra y del viaje y poder empezar a trabajar y mantenerse.

Muchas de las personas con las que hablamos quieren volver a su país, quieren volver a Damasco, a Alepo o a Palmira, a vivir y trabajar en Siria, quieren recuperar sus casas y sus familias, sus vecinos, sus parques y sus vidas. Este es su sueño. Su sueño es su casa y su país. Un hombre mayor que tenía un buen trabajo en Siria y una buena casa, dice llorando:

“Un día me desperté y todos mis sueños desaparecieron”

Un grupo de niños y niñas bailaban jaleados por sus mayores, nos sumamos a su fiesta sin conocer el motivo de la alegría, bailamos y compartimos con ellos y nos contaron que en su pueblo habían derrotado al Daes, un gran motivo de alegría y la posibilidad real de volver a su casa. Algunos ya están preparando su viaje de vuelta, la incertidumbre y la actitud de una Europa autista y endurecida los empuja.

La Europa que vivió la segunda guerra mundial, que vivió la destrucción de las ciudades y de las vidas de su ciudadanía, en Francia, en Holanda, en Polonia o Alemania, que vivió la marcha de miles y miles de personas a otros continentes huyendo de la guerra. La Europa que luego se reconstruyó y pudo vivir en paz, es la que niega los papeles, el asilo humanitario a miles de familias que también huyen de esa misma destrucción.

La destrucción que provocan las bombas que caen sobre Siria. Fue una bomba francesa la que destruyó la casa y el trabajo de Ahmed? y la que impactó en la escuela de Sma?, era una bomba rusa o israelí la que destruyó todas las esperanzas y alegrías de las familias, o como dicen: “El cuchillo americano lo pone Daes en nuestro cuello”.

Y cuando huyen del horror que provocan estas bombas, les cerramos las fronteras, les negamos los papeles y la UE firma un acuerdo económico con Turquía para que frene, de la forma que sea, incluso a tiros y con malos tratos, la entrada de las personas refugiadas en territorio europeo, sin garantías humanitarias básicas.

Como dice Ignacio Escolar en eldiario.es: “En ese acuerdo indecente firmado con Turquía no solo subcontratamos el trabajo sucio a cambio de 6.000 millones de euros. También pagamos con nuestra decencia como sociedad, comprando al Gobierno de un país al que consideramos no lo demasiado respetuoso con los derechos humanos como para formar parte de nuestra Europa, pero sí lo suficiente como para que sea nuestro matón en la frontera”

Urgente, papeles y vías de tránsito a los distintos países de acogida. Vida para estas familias que quieren una vida y un trabajo y son capaces de mantener la dignidad, incluso en un campo de personas refugiadas.

Urgente la demanda de una autoridad global, la ONU actual no lo resuelve, que establezca unos parámetros humanitarios a la globalización, donde las personas tengan mayor relevancia que los capitales.

Urgente, urgente, urgente que las personas entendamos que nuestro futuro es común, que nuestros enemigos no son las personas inmigrantes, refugiadas, las víctimas de un modelo de ordenación mundial en el que priman los intereses de determinados países y corporaciones, y para los que el control de un oleoducto es más importante que los miles y miles de personas, víctimas que cada día mueren por su avaricia.

Esa avaricia, esa concentración de poder y de dinero es el enemigo común de todas las personas, en todos los países y en todas las circunstancias. Es importante no confundir al enemigo.

© Mabel Pérez Simal

 

 

 

 

 

Voluntarias

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Cristina lleva dos meses en el campo de Katsikas, cerca de Ioannina, y hasta ayer contuvo las lágrimas. El trabajo duro de cada día al ocuparse de tantas necesidades, el cansancio y la energía que despliega mantienen sus sentimientos a raya. Pero desde ayer cambió su actividad. Dejó de ocuparse de la escuela, del baby hamman, de la intendencia en general y se va a centrar en visitar las tiendas y hablar con las familias para pedirles “paciencia”, para intentar que no se desesperen ante los retrasos en las respuestas oficiales y la urgente necesidad de una alternativa vital, de un papel, de una expectativa de futuro. En este momento es una labor fundamental, ya que además de la comida y la ropa necesitan esperanza. Cris, Laura y María están en ello y es lo que más duele.

En el puerto de Pireo, en Atenas, una mujer mayor baja cada día al campo improvisado en medio de los muelles acompañada de su carrito de la compra. Camina despacio pero con mucha determinación por la acera, estrecha y demasiado pegada a los camiones que con su pasar continuo lo llenan todo de actividad y ruido. Es muy conocida por las personas que allí sobreviven, sobre todo por las más jóvenes que en cuanto llega se acercan a ver que les trae hoy. Camisetas, pantalones, galletas, o algún juguete son el tesoro que, como una maga, saca de su carrito de la compra y reparte. Charla, pasa un rato con ellos y se despide. Mañana, como cada día, llevará su pequeña aportación en la que colaboran sus vecinas. Sin discursos ni propagandas, ella, su carrito y su solidaridad.

Muy cerca tres mujeres, abuelas nórdicas, están repartiendo material de aseo aportado por su pequeña ong local. Varias jarras de té en una mesa de camping añaden un plus al rato de charla y descanso para todas las que nos acercamos a saludar.

Un pequeño revuelo altera la calma y el calor del Puerto, y todos se sorprenden cuando se acerca un autobús hasta la puerta del almacén del que baja un grupo de adolescentes estadounidenses. Descargan ropa, calzado y comida con la que van llenando las estanterías, ya casi vacías, de productos de limpieza y leche. Nos presentan a Marie una mujer mormona, de UTAH, que al saber en qué condiciones estaban allí las personas refugiadas decidieron hacer esta donación.

Jordi es Doctor en Economía y en EKO y otros campos del noroeste de Grecia va poniendo en marcha su proyecto de microcréditos para jóvenes refugiados que viajan solos. Sigue en contacto con ellos esperando que consigan su sueño de estudiar, de trabajar y de ayudar a salir a sus familias.

Rubén llegó curtido en mil rescates y situaciones difíciles, y nos cuenta cómo fue su entrada en Idomeni a repartir las bolsas de comida. “Ese primer contacto con el campo fue un golpe emocional tan intenso qué los ojos se me llenaron de lágrimas” “Cuando llegas el impacto es muy fuerte y durante dos o tres días te preguntas ¿como es posible que esto suceda?”

Isi llegó desde Canarias a Katsikas para trabajar con los más peques en la guardería, y ya lleva dos meses. “Los primeros días fueron los más complicados, en cuanto sacaba los juguetes los cogían y salían corriendo, su obsesión era llevarse todo lo que podían. Es normal, no tienen nada. Cada día traía nuevos juguetes, uno y otro y otro, hasta que entendieron que podíamos jugar y que al día siguiente los volvería a traer, y empezaron a disfrutarlo, y yo también” “También tuve alguna dificultad con la integración de pequeños de diferentes países, no querían jugar juntos, hasta que entendieron que el juego no es lo mismo sin colaboración y que se necesitan”. “A partir de ahí todo fue mejor”.

Isi camina por el campo con varios peques colgados del cuello, de los brazos o abrazados a sus piernas, igual que Carola. Tienen como un imán que atrae a niños y niñas que se echan en sus brazos y sus cuerpos acogedores. Carola es todo amor y comprensión, tiene una enorme paciencia y empatía. Ella no es personal sanitario o bombero, los imprescindibles, ella, al igual que muchas otras personas, viene con la voluntad de hacer más agradable la precaria vida de mayores y pequeñas, y asume todas las tareas necesarias para intentar mejorar su vida: colocar y ordenar el almacén, repartir comida, ropa, material de aseo, ir a la compra o atender las urgencias con que cada día amanece el campo.

Alfi da clases de teatro y de payaso en el campo de Katsikas “Tengo un horario de clases a las que acuden niños y niñas y algunos hombres adultos, las mujeres no pueden porque soy hombre” “Este es el final de un viaje en bicicleta que dura tres años y me siento bien haciéndoles reír un rato, y poder enseñarles y aprender con ellos este lenguaje internacional”

María, Berta, Chus y Paz, Candela, Lucena, Mima, Patricia, Mª José, Ramón, Maca, Olga o Gus son algunas de las personas, muchas más, que conocimos en los campos informales de Polykastro y en el campo militar de Katsikas, y con los que compartimos sentimientos y trabajo, sudores y enfados, desesperación y miradas cómplices. Son también con los que al caer la noche comentamos los sucesos del día, las risas y en alguna ocasión la música de la guitarra de Marcos en el bar de María o la cafetería del Park Hotel.

Charla fluida entre personas desconocidas y diferentes con las que compartes la decisión de estar aquí. Si estamos aquí ya tenemos mucho en común.

© Mabel Pérez Simal

Mujeres Refugiadas

Yamila_MG_4719Yamila  Abdullah en su jaima del campo de Katsikas. Grecia

Que la lectura sana es cierto, y la escritura también. Estás aquí miras y compartes conversaciones, oyes y escribes. Es como cuando sueltas el suspiro que te ahoga y te quedas mejor, y yo al escribirlo también.

A final del día con las emociones acumuladas recuerdas lo vivido, las caras y los nombres, las sonrisas, las miradas, las mujeres y las niñas tan vulnerables, el entorno, ese tiempo detenido en que se convirtió su vida. Te estremece verlas lavando su ropa, ordenando su tienda y sus escasas pertenencias, apenas lo que pudieron sacar y sobre todo lo que pueden transportar. Peinan a sus niñas, buscan agua, hacen cola para la comida, la ropa, el calzado, comentan entre ellas y en ocasiones sonríen, incluso en algunos momentos las oyes reírse, con una risa liberadora y cómplice. Unos segundos en los que se alegran sus ojos oscuros y amables.

Mujeres refugiadas que trajinan por el campo ocupando su tiempo en tareas cotidianas, menudas y vestidas de formas diversas, más tradicional o menos y, en la mayoría de los casos, con el pañuelo que tapa su pelo y su cuello. Que hacen cola para casi todo en filas separadas de los hombres y que mantienen la distancia que su cultura les dicta. Se comunican con las mujeres voluntarias, se encuentran cómodas cuando entras en su jaima y te sientas a charlar y a tomar un té, y a  pesar de su escaso vocabulario en inglés siempre hay una hija o un nieto que traduce.

Con el pasar de los días y de las conversaciones empiezas a apreciar las diferencias entre ellas, diferentes países, formación, edad y carácter establecen los matices.

Mujeres grandes y curtidas como la madre de Zhara, alta y moviéndose por el campo  con determinación, decidida a buscarle un futuro a su hija, sola, su marido está encarcelado en Siria.

Mujeres mayores como Sma, abuela de 5 nietos todos chicos, con los que huyó después de que asesinaran a sus padres y que la obedecen sin rechistar.

Mujeres tapadas y discretas en público que saben que su seguridad está con sus maridos en un entorno hostil en el todo es más difícil para ellas.

Fareeda mujer del Kurdistán, orgullosa y amable. Las valientes mujeres kurdas acostumbradas a pelear y a defender a su familia, y también a su pueblo, perseguido en los distintos países que componen su patria.

Y también está Yamila, mujer de 62 años que viaja sola.

Yamila vivía en Damasco, Siria, en el campo de refugiados de Yarmouk. Sus padres eran palestinos de Akka y huyeron de Palestina en 1.948, después de la invasión israelí, cuando eran unos niños de 12 y 13 años. Se conocieron en Siria y se casaron y allí nació Yamila, en una familia muy numerosa. Nació y creció en Yarmouk un campo que era como una ciudad.

Cuando se murió su marido, hace un año, decidió abandonar Siria viajando con unos  vecinos porque no se sentía segura allí. Al poco de iniciar el viaje la quisieron abandonar y llevarse su dinero, ella les dijo que eran como el Daes y consiguió irse, aunque intentaron pegarle.

Viajó hasta el norte, muy tapada y de color negro, en un grupo de cuatro personas a las que encontró y que la acompañaron. En la frontera entre Siria y Turquía les dispararon.

  • La policía disparaba a las personas que intentaban pasar, le pagué a un hombre para que me ayudara, cogió el dinero y me empujó.
  • Ese fue mi viaje, todo el tiempo me caí y me levanté.

Pagó 700$ para llegar a la frontera y otros 1.000$ para pasar a Turquía. Atravesaron Turquía y llegaron al mar, allí pagaron a otro traficante para cruzar en un bote por 700$, en el que venían muy apretados y varias personas murieron en la travesía. Después de 4 horas de lluvia y olas altas, con la policía turca disparando al salir, consiguieron llegar a Lesbos, el 19 de marzo.

En ferry a Atenas y en bus al campo de Katsikas, en Ioannina, al que llegó el 20 de marzo.

El resumen del viaje de Yamila es: “Todo lo malo lo hemos visto y nos ha pasado”

  • ¿Qué esperas Yamila?
  • Nos dijeron que los países de la Unión Europea se repartirían a las personas refugiadas y estoy esperando para poder reunirme con mis hijas, dos, que están en Alemania con sus maridos, otras dos se quedaron en Siria. Espero que me reciban allí, además tengo los mismos años que Ángela Merkel.

Y Yamila se ríe, se ríe mucho, te cuenta sus penas y a continuación te regala una enorme sonrisa que le ocupa toda la cara, le quita pena a su relato porque ella quiere vivir la vida con alegría.

  • Siempre sonríes Yamila
  • Sí, porque es mi sentimiento, odio la tristeza, si me caigo me levanto, siempre de pie. Estoy viva.

Camila es una enorme mujer, orgullosa de su nación, Palestina, consciente de las dificultades que aún le esperan y con la determinación y la fuerza que le permitieron llegar hasta aquí. Dos horas de charla sentadas en la Jaima de Yamila son el mejor estimulante, y permanecerá en mi pensamiento para iluminar, con su sonrisa, los más grises días del invierno.

Todas y muchas más mujeres refugiadas, que a pesar de la dureza del viaje y de su vida en el campo mantienen la energía, la fuerza, y a las que reconozco en la mirada. No importa la ropa, el pañuelo, ni el color, ni la lengua. Al mirarnos a los ojos descubrimos todo lo que tenemos en común. Somos todas.

© Mabel Pérez Simal

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El desalojo de Idomeni

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El campo de Idomeni es una de las referencias de esta tragedia humanitaria, junto con Lesbos. Situado casi en la misma frontera con los vecinos del Norte, FYROM, para los griegos,  y en  un entorno de montañas, verde y frondoso, poblado de pinos, robles, higueras y pequeños pueblos de ritmo lento y perros perezosos tirados en medio de la carretera.

Al intentar acceder al campo, una vez iniciado el desalojo,  probamos distintas vías y en todas ellas nos encontramos con la policía que amablemente nos dice que no se puede pasar: “Idomeni está cerrado y por favor den la vuelta”.

En la confluencia con la carretera del campo y la autopista se sitúan las cámaras de tv y prensa esperando para ver pasar los buses llenos de personas evacuadas, y la entrada de las palas y los camiones que recogen las tiendas y toda la infraestructura del campo.

Al pasar cada bus y a través del cristal se intuyen las manos que nos saludan, y un grupo de payasos intenta acercarse con corazones de globos para mostrar la solidaridad de las personas que estamos impotentes viéndoles pasar. Emociona ver sus cabezas y manos, emociona pensar en su frustración por estar tan cerca, en la misma frontera, un paso más de su largo viaje y volver atrás, a un campo oficial por lo que parece, aunque nadie lo sabe con exactitud y hay muchas especulaciones. Lo que sí se sabe que muchos se fueron subiendo esas preciosas montañas.

Dejan pasar algún coche de Médicos del Mundo y ayer por la noche pudieron entrar los bomberos con comida, fruta y verduras de emergencia, con algunas reticencias por parte de la policía, pero pudieron entrar y distribuirla. Hay pocas noticias de lo que pasa dentro, apenas algún mensaje de Xan, que nos cuenta que está dentro, escondido en una tienda para ser testigo de lo que suceda.

Calculan que el desalojo durará entre 3 o 4 días ya que hay miles de personas en Idomeni, algunos cuentan que 4 mil y otros que hasta 8 mil.

Este campo se convirtió en todo un símbolo. La cercanía de la frontera y la actitud de algunos países de los Balcanes, el corte de las vías de ferrocarril y de tráfico de mercancías, su tamaño cada vez mayor, son elementos que hacen de Idomeni un lugar de referencia al que llegaban cada día cientos de personas voluntarias, ocupando los hoteles de los pueblos cercanos, todos completos, y los bares y restaurantes llenos al terminar el día, cuando necesitas cenar y comentar y explicar y compartir los momentos y los nombres y las necesidades y los recordatorios para el día siguiente, y, y, y….  poder deshacer ese nudo que llevas dentro desde la mañana cuando una escena o una niña, o una historia se te quedó en la garganta.

Al atardecer todas las personas voluntarias  nos manifestamos en la entrada de Idomeni, protestando por el desalojo. Pancartas pintadas en telas blancas y negras, gritando y pidiendo la apertura de las fronteras, un paso humanitario, una posibilidad de tránsito como la que disfrutamos las que estamos aquí.

Yo, nosotras, podemos ir y venir, circular por un mundo globalizado en el que el dinero, de los que lo tienen, viaja desde los países de residencia a islas y lugares pequeños mal llamados paraísos, las empresas producen aquí y venden y cotizan allá en función del mayor beneficio, una libre circulación prohibida a las personas que tienen una urgencia humanitaria, por motivos de guerra, de pobreza, de cambio climático o de hambrunas, condenados y estigmatizados con la condición de “refugiadas”.

Estar aquí es ver, en directo y en sus caras, la injusticia y la crueldad de esta organización mundial.

© Mabel Pérez Simal

 

 

DEPORTADOS

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Ayer vivimos un momento de tensión especialmente duro. Después de estar toda la mañana visitando las tiendas y haciendo un censo de familias para repartir las tarjetas de comida, paramos para tomar un falafel en el bar de EKO.

Al rato llegaron varios autobuses de la policía y aparcaron en un lateral del campo  escoltados por sonidos de sirenas y luces azules. Nos acercamos la mayoría de las personas voluntarias que estábamos allí esperando una explicación sobre lo que sucedía y empezaban a bajar de los buses a unas ciento y pico personas, hombres y mujeres con sus pequeños de todas las edades, cargados de mochilas, bolsas, sacos de dormir y alguna tienda.

En principio se pensó que eran refugiados trasladados del desalojo de Idomeni que llegaban a este campo, pero los ánimos estaban muy alterados y algunos de los jóvenes empezaron a explicar, bien alto, que eran deportados, que habían cruzado la frontera y la policía de la República Makedonia, FYROM, los había detenido y llevado a la frontera griega, donde la policía los recogió y los trajo a EKO.

Un joven explica gritando que los soldados americanos destrozaron su país, Afganistán, que los Talibán lo quieren asesinar y al llegar a Europa lo tratan igual de mal, no puede vivir en ningún lugar, no hay un lugar en el mundo para los que no pueden vivir en su país?

Aunque parezca increíble siguen pensando que tendrán una buena acogida en Europa, que entenderemos por lo que están pasando y les ofreceremos asilo y una oportunidad, descubrir la realidad después de un viaje tan largo, de meses e incluso de años para llegar aquí es muy duro.

Protestan y se desesperan, habían estado al otro lado y los devuelven al punto de partida, algunos habían pagado un precio muy alto a los traficantes y ahora no tienen más dinero. El precio del viaje sube en función de las dificultades y de los controles policiales, hace unas semanas era de 1.000€ y hoy llega a los 3.000€ por adulto y 1.500 por niño. Los que puedan pagar lo volverán a intentar, arriesgándose, y los que no pueden pagar solo pueden quedarse aquí, en el campo, esperando sin esperanza, mientras les dan de comer un grupo de voluntarios, y después qué?

El momento es duro y el ambiente desesperante y nos quedamos mirando sobrecogidos y esperando a ver qué podemos hacer.

Cuando empiezan a ver dónde les deja la policía, un grupo numeroso discuten entre ellos, cogen sus cosas y sus niños y se ponen a caminar por el borde de la autopista, que pasa? Porque no se quedan? Dicen que se van a Hara, que son afganos y no se van a quedar en un campo de mayoría siria.

Los bomberos se dirigen a la policía y les pide que los lleven a Hara que no pueden caminar más de 35 km, cargados y con los pequeños, la policía lo consulta y dice que sí, que suban al bus. Y no se suben, dicen que no y siguen caminando, que no se fían.

Al toque nos ponemos en marcha, todas y todos los que tengan coche que vayan recogiendo familias en el arcén de la autopista y llevándolas a Hara.

Sabemos que es ilegal, estamos avisadas de que llevar inmigrantes sin papeles en el coche puede suponer un par de días de calabozo, pero no lo piensa nadie, solo entiendes que no puedes dejar que se vayan caminando. Luego nos cuentan que los bomberos habían pactado con la policía que nos dejaran transportarles hasta el otro campo.

En el coche pequeño que tenemos alquilado sube una familia, padre, madre e hijo, que con sus bolsas y mochilas invaden todo el espacio, no problem, dicen, y dan las gracias.

Bien apretados detrás nos piden que los llevemos a la estación de bus de Polykastro, no quieren ir a un campo y se van a Tesalónica que tienen un amigo allí. Por el camino nos cuentan como los deportaron y que la policía de FYROM les borró las fotos de la cámara, para no dejar pruebas de su actuación.

Los dejamos en el bus entre muestras de agradecimiento. Se hacen un selfie con nosotros, y se van a seguir intentando conseguir su objetivo de llegar a Holanda.

Cansados por la tensión y su desesperación, nos sentamos en un bar, sin palabras, mirando y esperando a que vuelva la serenidad, porque en este momento de pérdida de calma sé muy bien lo que haría si tuviera delante a algún representante de la Comisión Europea.

© Mabel Pérez Simal

 

El viaje de Alí

 

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Miles de personas, se hacen cálculos aproximados de 50 o 60 mil, son las que están viviendo en la más absoluta provisionalidad en tiendas de campaña por toda Grecia. La atención mediática se centró en Lesbos y en Idomeni, quizás por ser los puntos de entrada y salida, olvidando los 38 campos, según datos no oficiales, que se reparten por toda la geografía de este país.

Campos gubernamentales y campos improvisados. De momento todos los que visitamos son informales. Espacios ocupados en los lugares más extraños, en un área de servicio de una autopista cerca de Polykastro: EKO, o en una gasolinera: BP, o en el aparcamiento de un hotel: Hara. Campos que toman el nombre del lugar que ocupan. El campo EKO, BP o Hara situados muy cerca de Idomeni, y de los que no se habla.

En el campo de Hara, en muy malas condiciones, se instalaron cientos de personas llegadas desde Afganistán.  Cogen el agua en el grifo de la gasolinera BP, enfrente, y en grandes bidones la cruzan los jóvenes a Hara, al otro lado de la autopista, sorteando el intenso tráfico de coches y camiones que se dirigen a la frontera con la República Makedonia. FYROM, como la llaman los griegos, es el lugar al que todos quieren ir por ser el paso más directo para poder llegar a los países deseados, y que hoy por hoy les resultan inaccesibles.

Qué ironía la de estar viviendo, sin poder moverte,  en medio del intenso tráfico.

Intentando acostumbrar la vista a esta imagen de pueblo de nylon, estoy parada en medio de esa nada cuando se me acerca Alí,  de 6 o 7 años, y sonriente me pregunta cuál es mi país, de dónde vengo?

  • De España y tú?
  • De Afganistán
  • Cómo te llamas?
  • Alí, y te gusta España, es bonito tu país?
  • Si me gusta -le digo.
  • Y a ti, te gusta Afganistán?
  • Si me gusta, pero nos vamos a ir a otro país.
  • Te gusta Grecia?
  • No mucho, mejor Alemania, o Italia, o España, o América –se queda un rato pensando y matiza- el que más América.

Dicho esto se despide, bye bye, y me dedica una gran sonrisa.

Qué imágenes tendrá en su cabeza un pequeño como Alí para desear ir a América?

La historia se repite en todos los campos, jóvenes y adultos a la menor ocasión te cuentan sus anhelos y sus sueños de buscar una vida en otros países, la que perdieron en medio de las bombas y el horror.

© Mabel Pérez Simal

 

Welcome to Grecia

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En la última novela de Gioconda Belli aparece un pequeño texto de su libro Contra el fanatismo. Y por esas cosas de la coincidencia, en la lectura del libro y el inicio del viaje, me lo quedo.  Amos Oz dice así:

“Yo creo que si una persona está mirando una enorme calamidad, digamos que una conflagración, un incendio, siempre hay tres opciones principales.

  • Huir, tan lejos y tan rápido como sea posible.
  • Exigir que los responsables sean despedidos de sus cargos.
  • Agarrar un balde de agua y tirarlo al fuego y si no hay balde, buscar un vaso y si no hay vaso, buscar una cuchara, y sino una cucharita. Todo el mundo tiene cucharas y cucharitas. No importa que tan grande sea el fuego, hay millones de nosotros y cada uno que tiene una cucharita puede usarla para apagar el fuego”.

Sigue diciendo Oz que a él le gustaría establecer la Orden de la Cucharita: “Las personas que comparten mi actitud, no la de huir o la de exigir que otros se hagan responsables, sino la de la cucharita, querría que llevaran prendida en el pecho una cucharita que los identifique como miembros de la “Orden de la Cucharita”, y así todos los demás sepamos quienes estamos en la misma hermandad, en el mismo movimiento de hacer algo para apagar los fuegos del mundo”.

Un viaje a Grecia, no a sus maravillosas playas o monumentos y paisajes, no, a la Grecia en la que viven miles y miles de personas refugiadas esperando un corredor humanitario, un papel de asilo de un país de la UE, un gesto de los países con un mayor desarrollo político y social, y que se suponían defensores de los derechos humanos. Un gesto que no llega.

Hace un año que se inició un imparable éxodo (palabra griega) de personas que huían desde Siria, Afganistan y otros lugares, buscando un lugar para vivir en el que las bombas no amenazaran cada amanecer y en el que sus hijos puedan tener una vida en paz. Vivían bien, en muchos casos, con sus pequeños negocios y profesiones, hasta que sus vidas se desmoronaron igual que sus casas. Y decidieron marchar. Así lo relata Bilal durante un rato en el que compartimos una charla sentados a la sombra. Su pequeño hijo se va una y otra vez y Bilal paciente y cariñoso lo coge y lo sienta de nuevo -no, no puedes ir a ver a tu madre que está descansando- le explica al pequeño, que con sus dos años solo me mira y me sonríe antes de volver a correr en dirección a las tiendas. Una de ellas es la suya, verde, azul, marrón, o gris, cualquiera de las cientos de tiendas de campaña, con formato igloo,  que se agrupan con mucha cercanía en todos los campos. Tiendas que están hechas para vidas provisionales y que se están convirtiendo en permanentes. Bilal lleva ya tres meses viviendo en una de ellas.

© Mabel Pérez Simal

Y QUE VA A PASAR CHICO?

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El 21 y 22 de marzo de 2016, Barak Obama Presidente de los USA viajó a Cuba, y ayer 25 de marzo actúan por primera vez los Rolling Stones en la Habana.

Me hubiera gustado estar allí, ver todo lo que sucede por las calles, lo que se habla en los cafés y en las barras de los colmados, que sensaciones tienen y que esperan, la incertidumbre de los cambios necesarios junto con la alegría de que todo lo que los limita pueda desaparecer, el fin del bloqueo…… parece imposible y quizás sea real. Me imagino también la fiesta, la alegría, la emoción y el rok and roll de los Rolling, y a miles y miles de personas asistiendo al concierto de unos rokeros mayores, si, pero conservando todo su don de la oportunidad y el espectáculo.

Como me hubiera gustado estar en La Habana.

Intentando ver todas las imágenes vía Internet y pensando en todo lo que está sucediendo, recordé uno de los viajes a Cuba en el que de distintas formas nos encontramos con debates y opiniones sobre el cambio, siempre presente en el horizonte, borroso y poco claro, pero que siempre estaba ahí.

Un cambio precedido por muchos otros cambios que lo propician y lo acercan, el viaje de Obama se empezó a gestar mucho, mucho antes de que los idus de marzo del año 2016 lo llevaran a La Habana.

Esperamos el ascensor del Hotel Riviera. Un modernísimo aparato cuando lo instaló en su hotel el mafioso Meyer Lansky en 1958 y que hoy continúa activo con su lenta y quejosa subida para recogernos en el piso número quince.

El Hotel Riviera fue construido por Lansky en la época en que Cuba era como una finca privada para las sociedades norteamericanas, y a partir de la Ley Seca entre 1919 y 1920 floreció un turismo basado en el consumo de alcohol, el juego y la prostitución. La sociedad ideal para un personaje como Lansky.

La lenta bajada en el ascensor nos permite observar a nuestros compañeros de viaje, y escuchar las tímidas conversaciones que tienen entre ellos.

En una esquina una joven camarera del hotel, tímida y con uniforme, intenta pasar desapercibida hasta que una mujer mayor, cubana pero no residente en la isla, se dirige a ella y le dice:

  • – Ahora cuando se muera Fidel, ustedes van a poder decidir como quieren vivir.
  • – No, no se va a morir, el Comandante se va a poner bueno
  • – La mujer insiste: Ya, pero cuando algún día suceda, ustedes tienen que pensar que esto puede cambiar, deben de estar preparados para cambiar de vida, para mejorar.
  • – No, no hay ningún problema, se va a poner bueno, se va a recuperar, ya lo verá usted.

Agosto de 2008, estamos en casa de Danilo y en una noche cálida y estrellada de La Habana comentamos un artículo de David Brooks publicado en La Jornada, y titulado “Llega la transición para los cubanos…….de Miami”.

Parece que las cosas están cambiando entre la comunidad cubana en Miami, están esperando a las próximas elecciones federales en noviembre, en las que varios candidatos demócratas intentan desbancar la hegemonía mantenida durante ocho legislaturas por los tres diputados cubanos y republicanos.

Los argumentos manejados por los demócratas son el cambio demográfico, por el cual los cubanos ya no son mayoría entre la comunidad latina, el generacional producido entre la propia comunidad cubana y también la coyuntura política desfavorable al gobierno republicano.

Raúl Martínez, candidato demócrata, comenta “siempre se destaca, cuando se habla de latinos, que separan al cubano y dicen el latino vota demócrata…pero al cubano lo tienen identificado como otro tipo de hispano, republicano, recalcitrante y conservador… y eso se había cimentado con la posición contra Fidel Castro, y el apoyo al bloqueo. El cubano que llegó aquí hace 15 años tiene relación con sus familiares en Cuba y los quiere visitar, quiere enviarles dinero, y hoy en día ya es ciudadano estadounidense”. O sea, justo los que rechazan las políticas que les impiden mantener una relación con la isla ahora empiezan a votar.

Martínez explica que para los cubanos que llegaron más recientemente o nacieron aquí, sus preocupaciones son el precio de la gasolina, la economía, la guerra de Irak, un seguro de salud, la vivienda pública o la educación. Dicen, “esperen un momentico, me han estado engañando con la política republicana recalcitrante sobre Cuba, no ha pasado nada en Cuba, y mira la situación económica que tenemos aquí”.

Otro candidato demócrata Joe García asegura que los cubanoestadounidenses están en contra de las medidas promovidas por George W. Bush y la comunidad cubana de Miami, que limitan las visitas a Cuba a una cada tres años y el envío de remesas a sus familiares. “Bush por primera vez hizo lo que ningún otro presidente había logrado, dividir a la comunidad cubana, y dividirla contra la posición histórica”.

Muchos se están cuestionando las actividades de la Fundación Nacional Cubano Americana y la dirección mantenida históricamente por Jorge Mas Canosa y sus herederos, después de 50 años no hay los cambios que prometían y se preguntan en que se gastaron millones y millones de dólares destinados por los sucesivos gobiernos de USA para ganar la batalla a Cuba.

Como dice García: “Si los fondos eran para formar sociedades civiles en Miami, han sido muy eficaces”, pero nada más.

Danilo escucha las noticias con mucha atención, siempre muy atento a lo que sucede y cuentan en relación con la isla.

  • – Claro que me alegraría de la victoria demócrata en las elecciones en USA, para nosotros sería mejor, sin duda, creo que deberíamos de mejorar las relaciones con nuestro enemigo del norte, pero tenemos que negociar el precio. No a cualquier precio.

Antes tener un familiar en Miami era un poco vergonzoso, era un traidor a la revolución, una persona que escapa de Cuba atendiendo la llamada de la sociedad capitalista, hoy veo a los cubanos que tienen familiares en Miami, y que están encantados con las remesas que reciben cada dos o tres meses y que los convierten en cubanos afortunados, privilegiados con respecto al nivel de vida y de economía de la isla. Y me comentan que no están molestos con ellos, respetan su opción y te hablan con orgullo del trabajo que tienen en Miami, en España o cualquier otro país. Se muestran respetuosos. Cada uno elige y tiene la oportunidad, no son juzgados. Mantienen la relación de afecto que tenían y sus envíos son un gran regalo para sus familiares. Es una suerte tener un familiar que envía dinero a la familia, en La Habana y en Tanganika o Marrakesch.

Seguimos en la casa de Danilo comentando, y en la terraza de al lado varias vecinas que recogen retazos de nuestra conversación, comentan:

-Oye mi amor, tu que crees que suceda si se muere el comandante y las cosas cambian?

-Tu crees que los que se fueron cuando la revolución volverán a La Habana?

-Y si intentan recuperar sus casas?

-Pero mi amor, si ellos allá ya tendrán una buena casa, para que van a querer esta, que está viejita…………………

Seguimos con el balanceo de las mecedoras mirando la noche estrellada de La Habana, disfrutando del calor y en silencio con nuestros pensamientos. Supongo que estarán pensando en su futuro, yo pienso en esta maravillosa forma de relación, de intromisión, de vida en común cubana, espero que sea cual sea ese futuro no la pierdan.

© Mabel Pérez Simal

 

 

 

 

Esqueleto psíquico

Abad-MG_0216Los viajes, los lugares donde vivimos unos días, unos meses o una vida, forman parte de nuestro esqueleto psíquico

El lugar en donde nacemos es nuestro punto de partida desde el que iniciamos el viaje, y las preguntas: De donde somos?, de donde sentimos que somos?, de donde queremos ser?, o no ser? Definirse como parte de un único lugar nos limita? Pertenecemos a todos los lugares donde vivimos, donde amamos y donde nos encontramos?, O solo a un lugar que nos define?

Viajar nos permite saber como nos sentimos en otro lugar, encontrarnos con otras personas distintas a las que ya conocemos, o no tan distintas. Donde están las diferencias?, en la luz, en los colores, en los olores, en la temperatura, en el paisaje, en las casas, en las calles, o la ausencia de calles, en la comida, en las armas, en los barcos, en las fábricas………. En tantas y tantas cosas diferentes.

Y lo común?, donde se encuentra lo común?, en la piel, en los huesos, en los ojos, en el cariño, en los besos, en las caricias, en el sueño, en el hambre, en la sed, en la curiosidad, en la sabiduría, en el enfado, en el orgullo, en la capacidad, en la fuerza, en la explotación, en la tristeza, en la violencia.

Y que buscamos cuando viajamos? nos atrae lo distinto y nos reconforta lo común?, lo compartido en cualquier lugar del planeta?.

Cuando llegamos y recorremos lugares, admiramos paisajes, monumentos y museos o acantilados y montañas, llenamos nuestros ojos de imágenes diferentes que permanecen en nuestro recuerdo, y cuando hablamos con las personas que viven allí, cuando preguntamos y nos preguntan, y cuando nos cuentan y les contamos, esas historias permanecen mucho más en nuestra memoria que todos los paisajes y todas las vistas.

Las caras de las personas en cada lugar nos cuentan su vida, y las imágenes que nos traemos de cada viaje pueden ser recuerdos de lugares maravillosos, en los que además sucedían historias.

© Mabel Pérez Simal

 

La riqueza de la cultura

PS3-6-00616Paseas por La Habana y te encuentras a un viejito, muy delgado, con la piel tan curtida y morena que parece de cuero de tan brillante y bonita. Está vendiendo periódicos por la calle, Granmna o Juventud Rebelde, y saca unos pesitos que le permiten completar su pensión y vivir un poco mejor.

Es todo un placer pararse y dedicarse un rato a charlar con él. Te cuenta de su pasado como profesional, te habla de la historia, de la cubana y de la del mundo, de su experiencia y su papel en la Revolución, de como eran las cosas y como cambiaron cuando llegó el Comandante, y como son ahora. Hombres resignados, militantes, que vivieron muchos cambios y son la memoria viva de La Habana y de Cuba. Muchos como él caminan por las calles, periodistas, fotógrafos, linotipistas, carpinteros o mecánicos, personas con una gran cultura e información y que si les caes bien te cuentan y cuentan y tú solo puedes escuchar, con paciencia y mucho respeto, por tanta historia y por tanta cultura encerrada en su delgado cuerpo de cuero.

Son mayores y venden periódicos por la calle, pero cuidado, no te equivoques ni infravalores su sabiduría.

En Trinidad, paseando por sus calles, nos cruzamos con un señor empujando una carretilla, se para a nuestro paso y nos pregunta si somos españoles, sí, y nos empieza a hablar de la situación política de España, y nos pregunta, por la posición de Aznar en la guerra de Irak, y por el estado de las Autonomías, de lo que sucede con el pueblo vasco, o sobre la posición de Zapatero en Europa, ¿Cómo tiene tanta información de lo que sucede en España?, y nos cuenta que oye mucho la radio y las emisoras internacionales en las que cada día escucha los informativos.

Le preguntamos porqué tiene ese interés por lo que sucede en España y nos cuenta, muy lejos de los tópicos, que admira a nuestro país desde siempre, recuerda como le emocionaban las primeras lecturas de los poemas de García Lorca o de Machado, y se remonta a la primera vez que  leyó a Unamuno y a la generación del 98.

Es un placer pasar un rato escuchándole y te olvidas de sus pobres ropas, de  su carretilla llena de parches y sus zapatos rotos, viendo la satisfacción en su cara al poder compartir su pasión por la literatura, el arte y la política española.

Son momentos y conversaciones vividas en diferentes lugares que nos hacen reflexionar sobre  los prejuicios, cuando asociamos que la cultura y la curiosidad van ligadas a una determinada posición social y económica. Los prejuicios siempre son falsos, pero el estereotipo aquí en Cuba se rompe en mil pedazos.

© Mabel Pérez Simal