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Etapas del camino

Las vacaciones nos alejan del trabajo durante un tiempo; pero viajar es más. Te vas de todo lo que te rodea, del trabajo, de la casa, de la comida, la cama, el armario. Te vas de los ritmos y de las rutinas, te vas de las personas a las que viene bien echar de menos un tiempo, y por último: te vas de la que eres tú en tu cotidianidad.

Viajar es liberador, de inicio, y luego se suman todas las riquezas que en función del destino nos vamos a encontrar, y cada viaje, por lo mismo, es distinto.

Caminar varias etapas de un camino oficializado, muy transitado y lleno de matices fue un descubrimiento para nosotras.

El valor del esfuerzo que suponen etapas de 25 kilómetros con cuestas y bajadas, bajo un sol inclemente, sudadas, cansadas, y deseando llegar para disfrutar de la ducha y el descanso de las piernas en alto; o de la cerveza en una terraza antes de todo esto, con la mochila en el suelo, la ropa arrugada y los pies satisfechos, nos pareció un placer.

Las horas de descanso leyendo, charlando o dormitando, nos preparan para salir a pasear por el pueblo fin de etapa de ese día, con sus gentes en las calles de verano y terraza. Nos sumamos al ambiente de verano buscando ese sitio especial en el que darnos el homenaje que nos merecemos.

Dormir pronto para apurar la salida con el sol tibio de las primeras horas de luz, superar ese repecho inicial antes del segundo desayuno, buscar en el mapa un lugar de comida y descanso a mediodía, y caminar. Ese es nuestro todo.

Caminar y caminar esa es la tarea y el placer del recorrido, del esfuerzo y del cansancio que vas acumulando mientras se despeja el pensamiento y el sentimiento. Espacios de silencio se superponen a otros de música o de charla y encuentro, en una sucesión de sensaciones que te van llevando al final de la etapa con un único objetivo: llegar. Un objetivo tan simple que te permite todas las distraciones. Tu cabeza divaga en una sucesión de recuerdos y de planes, de propósitos y de proyectos que ese tiempo sencillo y vacío te permite concretar.

Un viaje, que en buena compañía, es liberador y gratificante. Mucho.

©Mabel Pérez Simal

 

 

El viaje y el camino

 

 

La mayoría de las veces viajamos acompañadas de una, de dos o tres personas, o cinco o incluso de diez u once -vivímos todas las experiencias-, y a pesar de “algún que otro  contratiempo” y de escuchar a algunas amigas entusiasmadas contando sus viajes en solitario, prefiero viajar en compañía.

A medida que vamos creciendo, en edad y en experiencias, se afina la intuición y ya sabemos con quien no viajaremos nunca, pero nunca nunca, y con quien nos gustaría viajar. Amigos y amigas en las que intuimos curiosidades comunes por su forma de mirar, de entender y de estar, y sabemos, que en cualquier situación y lugar aunque pueda haber sorpresas, nos entenderemos.

Algunas personas en cuanto cambian de lugar y se ponen en modo viaje se transforman. Te las encuentras en el aeropuerto y te cuesta reconocerlas dentro de esa ropa inusual, de colores o de verde safari, dependiendo del destino. Y las sorpresas no hacen más que empezar: el calor, el frío del aire acondicionado, la comida, el hotel, la cama, la almohada, cualquier inconveniente se convierte en un problema.

Está claro que no supimos entender lo que cada una quería. Un error ante el que debemos intentar disfrutar del viaje, limitar los daños y quitar peso a las quejas para no perder la amistad. A la vuelta los situamos en el grupo de los de “nunca nunca”. Estos pensamientos me rondaban la cabeza cuando empezamos a hablar, Clara y yo, de la posibilidad de hacer juntas unas etapas del camino de Santiago. Un viaje que fue abriéndose paso poco a poco como idea romántica de caminantas, y cada día a la hora del café el “podríamos” se concretaba un poco más: “tres o cuatro etapas, un camino laico, sin compostela ni sellos, por el placer de caminar, a nuestro ritmo, sin presiones ni metas, sin albergues”, y de ahí pasamos al cálculo de las etapas, de los tiempos, del peso de la mochila y las reservas en hoteles y pequeñas casas rurales.

Solo quedaba algo por resolver. Como sería la convivencia de las dos durante 24 horas y varios días? Y las costumbres? Y las manías? Encajarían? Y si Clara quiere caminar en silencio y yo hablar? Y si ella quiere salir y yo quedarme a descansar? Nos apetecerá comer o cenar a la misma hora? Tomar una copa o acostarnos pronto?

Eran tantas preguntas que decidimos que lo mejor era intentar contestarlas antes de salir. Si habíamos dedicado un tiempo a comprar calcetines adecuados, camisetas de secado rápido, reservas y demás, como no íbamos a tomarnos un tiempo para poner en común nuestras expectativas ante el viaje, el ritmo al que nos gustaría caminar, las pausas, los silencios y los momentos de soledad, la libertad de decir realmente lo que te apetece, sin compromiso ni obligación.

La preparación previa del “como te quieres sentir”, es más importante del “como te vas a vestir” y pienso que en algunos viajes le había dedicado poco tiempo.

©Mabel Pérez Simal