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EL GIGANTE

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EL GIGANTE

 Estamos en Santa Clara en las afueras de la ciudad, en una enorme plaza vacía. Un espacio abierto que parece esperar actos multitudinarios, actos de reconocimiento, de recuerdo emocionado, de una curiosa mística que va más allá de la admiración. Levanto la vista al cielo, y le veo.

En un alto pedestal su enorme figura de Guerrillero. De pié, dando un paso al frente y con la mano izquierda escayolada, como el día en que paseó por las calles de Santa Clara.

“Las lomas del Cápiro seguían firmes y allí estuvimos luchando todo el día 30, tomando gradualmente al mismo tiempo distintos puntos de la ciudad. Ya en ese momento se habían cortado las comunicaciones entre el centro de Santa Clara y el tren blindado. Sus ocupantes, viéndose rodeados en las lomas del Cápiro trataron de fugarse por la vía férrea y con todo su magnífico cargamento cayeron en el ramal destruido previamente por nosotros, descarrilándose la locomotora y algunos vagones. Acosados por hombres que, desde puntos cercanos y vagones inmediatos lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertía en un verdadero horno para los soldados. En pocas horas se rendía la dotación completa, con sus 22 vagones, sus cañones antiaéreos, sus ametralladoras del mismo tipo, sus fabulosas cantidades de municiones, fabulosas para lo exiguo de nuestras dotaciones, claro está……..”

Así relata el Guerrillero el asalto al tren blindado y la batalla de Santa Clara -clave para el triunfo de la Revolución- en la que se rompieron las comunicaciones entre el ejercito de Batista y la isla se partió en dos. Aquel grupo de hombres mal armados, famélicos y mal vestidos ganaron la decisiva batalla.

Es por esto que Santa Clara está unida a la figura del Ché Guevara, para siempre.

Y es por eso que esta mañana, muy temprano, sentada en el suelo, admiro su enorme presencia en esta plaza. Poco a poco se va llenando de gente, personas mayores, jóvenes y niñas que van ocupando la gran llanura extendida a los pies del gigante.

A mediodía la plaza está completamente llena y todos estamos allí por el mismo motivo, recordar a Ernesto Guevara en el 40 aniversario de su asesinato, en la Higuera, Bolivia. Con su boina y su fusil, su puro, su sonrisa y su enorme atractivo, que hoy cuarenta años después sigue intacto.

© ESTUDIO ABAD FOTOGRAFÍA

En todas las culturas y en todos los continentes, entre los mayores, nostálgicos de épocas y épicas revolucionarias donde se juntaba acción y poesía, y entre los más jóvenes, los que no saben de su historia, los que no oyeron las canciones que le dedicaron los trovadores, los que no conocen sus palabras ni leyeron sus textos, los que apenas tienen referencias, pero intuyen en su cara, la que llevan grabada en la camiseta, su fuerza, la fuerza que le convirtió en un símbolo.

Un gigante que desafía al tiempo, a la historia y a su propia muerte.

© Mabel Pérez Simal

CALLE OBISPO, LA HABANA, CUBA

La Habana.Es por la tarde, una tarde en La Habana cargada de calor y con algunas nubes. Después de comer paseamos por la calle Obispo, una calle larga y estrecha que empieza a la altura del Floridita, el mítico local en donde sirven el mejor Daiquiri de La Habana, eso dicen, y termina en la monumental Plaza de Armas, cerca de la Bahía.

En esta Plaza y en la calle Obispo se pueden encontrar algunas joyas en los puestos de libros callejeros y en las librerías, donde poder disfrutar con toda la iconografía revolucionaria en la literatura, las fotos y la música.

La oficina del Historiador de la Habana Vieja está recuperando locales emblemáticos, llenos de todo el sabor y la grandiosidad histórica de La Habana, y la calle Obispo está llena de tiendas, de locales de copas y restaurantes, algunos muy recientes, con una carta variada y con los precios en CUC. Sin embargo y a pesar de los precios comimos rodeados de cubanos, de esa clase media emergente y con “un cierto” poder adquisitivo. También sobreviven algunos restaurantes populares con precios en pesos cubanos. Pocos.

La calle Obispo es una calle peatonal con muchísimo tránsito humano, pasan cientos de personas a mi lado mientras estoy sentada en el muro que rodea un pequeño jardín, en mitad de la calle, intentando no perderme nada. Escucho trozos de conversaciones, imagino vidas y relaciones y me empapo de todo este pasar, por la vida y por la calle. Personas que caminan plenas de expectativas y anhelos, que compran y comentan, que van pensando en lo que les gustaría y en lo que tienen, que escuchan la música de un bar cercano, y en la puerta, amagan unos pasos de baile en plena calle.

Veo pasar a algunas señoras mayores de caminar lento, estudiantes con uniforme de secundaria y viejos entrañables vendiendo el Gramma o el Juventud Rebelde. Alguno se para y nos cuenta que era fotógrafo de prensa en su juventud y ahora vende periódicos para completar su pensión sacando unos pesitos.

Se cruzan jóvenes atractivos con camisetas apretadas y mujeres bellísimas que caminan y van mirando y recogiendo todas las miradas, músicos con un violonchelo o una guitarra en la espalda, hombres y mujeres con bolsas de la compra, vendedores callejeros.

De vez en cuando se cruza en mi mirada un turista, con su cámara y su pasear un poco errático, intentando recoger en video todo lo que ve y también lo que siente, atrapando el ritmo de La Habana para poder contarlo al volver a su país. Como contar toda esta vida en movimiento?

Sigo mirando y admirando el trajín callejero y una escena me detiene. Una escena en mitad de la calle, del caminar y de la gente. Apoyado en una pared me encuentro con un beso.

Un hermoso y apasionado beso.

Dos jóvenes. Ella se apoya, relajada, con las manos detrás de la espalda y su cuerpo ofreciéndose a él con una suerte de indolencia. Él se acerca suavemente a su boca, coge su cara con una mano fuerte, no para sujetarla, sabe que no se va a mover, es para acariciarla y dirigirla ante su aparente pasividad.

Cuerpos sensuales que se acercan con la seguridad de su propio cuerpo -nada hay más sensual que saberse deseado- y esta escena lo refleja, aquí, en plena calle, al albur de todas las miradas y completamente ajenos a todo, solo pendientes el uno del otro y de su largo y apasionado beso.

© Mabel Pérez