El desalojo de Idomeni

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El campo de Idomeni es una de las referencias de esta tragedia humanitaria, junto con Lesbos. Situado casi en la misma frontera con los vecinos del Norte, FYROM, para los griegos,  y en  un entorno de montañas, verde y frondoso, poblado de pinos, robles, higueras y pequeños pueblos de ritmo lento y perros perezosos tirados en medio de la carretera.

Al intentar acceder al campo, una vez iniciado el desalojo,  probamos distintas vías y en todas ellas nos encontramos con la policía que amablemente nos dice que no se puede pasar: “Idomeni está cerrado y por favor den la vuelta”.

En la confluencia con la carretera del campo y la autopista se sitúan las cámaras de tv y prensa esperando para ver pasar los buses llenos de personas evacuadas, y la entrada de las palas y los camiones que recogen las tiendas y toda la infraestructura del campo.

Al pasar cada bus y a través del cristal se intuyen las manos que nos saludan, y un grupo de payasos intenta acercarse con corazones de globos para mostrar la solidaridad de las personas que estamos impotentes viéndoles pasar. Emociona ver sus cabezas y manos, emociona pensar en su frustración por estar tan cerca, en la misma frontera, un paso más de su largo viaje y volver atrás, a un campo oficial por lo que parece, aunque nadie lo sabe con exactitud y hay muchas especulaciones. Lo que sí se sabe que muchos se fueron subiendo esas preciosas montañas.

Dejan pasar algún coche de Médicos del Mundo y ayer por la noche pudieron entrar los bomberos con comida, fruta y verduras de emergencia, con algunas reticencias por parte de la policía, pero pudieron entrar y distribuirla. Hay pocas noticias de lo que pasa dentro, apenas algún mensaje de Xan, que nos cuenta que está dentro, escondido en una tienda para ser testigo de lo que suceda.

Calculan que el desalojo durará entre 3 o 4 días ya que hay miles de personas en Idomeni, algunos cuentan que 4 mil y otros que hasta 8 mil.

Este campo se convirtió en todo un símbolo. La cercanía de la frontera y la actitud de algunos países de los Balcanes, el corte de las vías de ferrocarril y de tráfico de mercancías, su tamaño cada vez mayor, son elementos que hacen de Idomeni un lugar de referencia al que llegaban cada día cientos de personas voluntarias, ocupando los hoteles de los pueblos cercanos, todos completos, y los bares y restaurantes llenos al terminar el día, cuando necesitas cenar y comentar y explicar y compartir los momentos y los nombres y las necesidades y los recordatorios para el día siguiente, y, y, y….  poder deshacer ese nudo que llevas dentro desde la mañana cuando una escena o una niña, o una historia se te quedó en la garganta.

Al atardecer todas las personas voluntarias  nos manifestamos en la entrada de Idomeni, protestando por el desalojo. Pancartas pintadas en telas blancas y negras, gritando y pidiendo la apertura de las fronteras, un paso humanitario, una posibilidad de tránsito como la que disfrutamos las que estamos aquí.

Yo, nosotras, podemos ir y venir, circular por un mundo globalizado en el que el dinero, de los que lo tienen, viaja desde los países de residencia a islas y lugares pequeños mal llamados paraísos, las empresas producen aquí y venden y cotizan allá en función del mayor beneficio, una libre circulación prohibida a las personas que tienen una urgencia humanitaria, por motivos de guerra, de pobreza, de cambio climático o de hambrunas, condenados y estigmatizados con la condición de “refugiadas”.

Estar aquí es ver, en directo y en sus caras, la injusticia y la crueldad de esta organización mundial.

© Mabel Pérez Simal

 

 

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