OTRO VIAJE A LISBOA

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Salimos de A Coruña en una avioneta que parece un tubo con alas y que en cuanto alcanza el cielo se convierte en una batidora. La cabina está a la vista, no hay puerta y vamos en fila de a uno a cada lado de un estrecho pasillo, con los bolsos en el regazo y una pequeña caja de cartón que supongo es el picnic. No puedo quitar la vista del parabrisas que compartimos pasaje y tripulación y por el que no se ve nada, nada de nada.

A tientas llegamos a Lisboa. Es la primera vez que estoy en Lisboa sola y que llego en avión.Giramos sobre el océano Atlántico enfocando la costa de Caparica y la desembocadura del río Tejo. Intuyo la magnífica vista que tendría con sol, no es el caso, y sobrevolando la ciudad aterrizamos.

Aplausos

A una mujer portuguesa sentada detrás se le escapa un hondo suspiro: «Ayyyyyy nunca tanto medo pasei» La sonrisa que compartimos nos conecta con ese sentimiento común.

Bus desde el aeropuerto al centro y al pasar por la plaza del Rossío intuyo que el hotel está cerca, pero no me oigo y voy hasta Cais do Sodré. Vuelta atrás y para asegurarme le pregunto a una mujer joven y me dice que es inglesa, que no habla el portugués pero si un poco de español, y me explica que subiendo por aquella cuesta, al lado de la casa azul llegaré al Chiado.

Hasta el final de la cuesta, larga y empinada, me acompaña el sonido constante de la maleta en el suelo de mosaico de las aceras, y llego hasta el alto del Chiado y me dicen que si lo bajo por la cuesta do Carmo, llegaré al Rossío y de allí a la rúa dos Sapateiros, donde está el hotel.

Como llueve, y no tengo prisa, y ya llevo unas horas de emociones y subidas y bajadas, me siento a tomar un café en la pastelería Benard, al lado de la Brasileira y de Pessoa sentado bajo la lluvia tan tranquilo. Miro el escaparate de la Livraria Sa da Costa y me tomo un café con leche servido en dos jarritas, una para el café y otra para la leche, me da para dos tazas completas. Un café rico y fuerte que de golpe me sitúa en Lisboa. Voy a disfrutarla un rato y ya buscaré el hotel.

Salgo a pasear por el centro de Lisboa y recorro la Rúa da Liberdade. Es una gran avenida, con grandes hoteles, joyerías y tiendas caras ante las que aparcan enormes coches de cristales tintados y chóferes negros, que esperan en la puerta a que sus patrones compren. No es un gran espectáculo y no es muy agradable caminar con la lluvia que no cesa.

Me cruzo con algunos turistas, unos despistados y con sandalias y la mayoría mojados y desprovistos de la ropa necesaria para este día.

Varias personas se les acercan a pedir limosna, y me fijo en una mujer joven y bien vestida, con unas buenas botas y la cara envuelta en una bufanda. Está sentada con un vaso de plástico en la mano señalando a los que pasan, y cada poco le da la vuelta al vaso que se llena de agua. No tiene mucho éxito y nadie deja una moneda, pero ella sigue en el mismo sitio. Se está empapando.

Yo también, a pesar del paraguas. Me voy a secar un rato sentada en la pastelería Carmelita, en la rúa do Carmo, un local pequeño, tradicional y con un dueño muy amable que me recomienda “uma Azevia con doce de grano e um Oporto que lle vai a dar mais calor cun café”.

Bajo hasta la plaza do Comercio, solo por ver el río Tejo, y antes vuelvo a pasar por la esquina donde estaba la chica con el vaso de plástico, y ya no está. Pensaría que ante el escaso éxito de su súplica estaría mejor en otra parte.

Camino rápido por la rúa Aurea y llego o Comercio donde se cruzan y se entrecruzan buses y tranvías. Apenas la atraviesa nadie porque la lluvia no da tregua. Me acerco al borde del agua, para comprobar que solo se diferencia del cielo por su tono de gris más sucio. En una cuarta de arena se acumulan gaviotas y palomas y alguien espera el barco.

Subo por la rúa Augusta en donde algunos turistas se mezclan con los vendedores de paraguas, hoy es su día, y otros, los más atrevidos se sientan en terrazas cubiertas con sombrillas chorreantes, serán del norte.

Varias veces viajé a Lisboa, y para mí siempre tiene un punto de melancolía, pero hoy tan mojada y otoñal es sobre todo incómoda. Me voy al hotel a secarme un rato.

Salgo a cenar y no llueve, las calles están llenas de gente entrando y saliendo de los comercios, de los bares y de sus trabajos. Una ebullición que estaba esperando a que la lluvia descansara un rato.

La ventaja de viajar sola y pasear al anochecer es que se te despiertan todos los sentidos y el de la observación te señala a los ociosos. Transeúntes que recorren los lugares más turísticos esperando su oportunidad y pasean por la misma calle o plaza docenas de veces, sin salirse de su zona. Me recuerdan a las arañas que tejen su red y se quedan por allí esperando a que las incautas moscas se queden pegadas.

Los observo moverse muy atenta porque en este caso una mosca a cazar soy yo.

Alguno se acerca para invitarme a una cerveza, «na famosa cervejería Trinidad» «a millor do mundo», non gracias, insiste, non gracias, insiste, non gracias, insiste…..me pongo un poco seria y se retira.

Un par de días después, muy similares, me despido de Lisboa desayunando en un bar con decoración años 50 y música de blues, en inglés y francés. Un desayuno largo para disfrutar del local y recordar los momentos agridulces pasados estos días en esta ciudad. El redescubrimiento del Museo Gulbelkian, tan ecléctico y lleno de joyas, los paseos calle arriba y calle abajo, los viajes en metro y sus enormes y originales estaciones, los bares de todo tipo y color, las cuidadas vinotecas, la comida tradicional y la innovación con el mestizaje brasileño, las librerías y las pequeñas tiendas frente a las cadenas multinacionales que todo lo invaden y unifican, los pesados en todos los países y lugares ante una mujer sola, y la amabilidad entrañable del Portugal de siempre,  y la reivindicación frente a la derecha en una manifestación, en defensa de los servicios públicos, que remata ante el Parlamento con grandes discursos repletos de las grandes palabras de la izquierda.

En este viaje, supongo que por estar sola y con mal tiempo, descubrí que debe de haber docenas de Lisboas, y no a todas, pero si me gustaría que me presentaran a algunas.

©Mabel Pérez Simal

 

 

 

2 comentarios en “OTRO VIAJE A LISBOA

  1. Pila

    Abrigada bajo los soportales de la Plaza do Comercio la lluvia ahora ya no da tregua…
    Siempre descubro algo nuevo en esta ciudad.
    Me encanto tu relato .

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