Archivo por meses: febrero 2017

ALL GIRL GETAWAYS

La mayoría de los relatos contados en este blog son de viajes en compañía, excepto un par de ellos que los hice sola. Sola para pasear y sentarme a ver pasar a la gente. Sola para comer cuando quiera o aprovechar la hora de no comer para descubrir una joya en esa librería vista al pasar. Sola para descubrir rincones, para escuchar silencios y también para confirmar que el tiempo se multiplica cuando no lo compartes.

En un artículo hablando de mujeres viajeras comentaba Cristina Morató: “El fenómeno ya tiene nombre en EEUU “All girl getaways” y empieza a ponerse de moda en España, en donde la población femenina es el 70% de la clientela de las agencias de viajes…”

Estos números coinciden con otros que publican de cuando en cuando, y que nos cuentan que a los cines y teatros acudimos más las mujeres, que compramos y leemos más libros, visitamos exposiciones y ahora sé que también viajamos más.

Pensando en ello voy recordando a algunas de las mujeres a las que conocí viajando solas, pocas, pero todas mujeres decididas y de sonrisa fácil y abierta, curiosas y siempre dispuestas para la conversación.

Kayla es una mujer joven, grande, enérgica y australiana que viaja con su mochila y su tablero de ajedrez plegable, un lenguaje universal. Los días en que coincidimos -en el barco y en una pequeña isla del archipiélago de Indonesia-, era habitual verla echando una partida con un pescador, un taxista o el cocinero del pequeño hotel.

Solange es una mujer francesa, alta y con unos preciosos rizos canosos cayendo sobre su cara sudada. Estábamos llegando al final de una de las etapas del Camino de Santiago, de las primeras que atraviesan Navarra, y la encontramos sentada en una roca un poco sofocada. Descansamos con ella y compartimos el agua y la charla sobre el esfuerzo, la edad o los motivos, y caminamos juntas hasta el pueblo final de etapa para todas. Cenar con ella en el bar del hotel disfrutando de su elegancia y sofisticación fue un placer, al que se sumaron sus historias de viajera permanente a lo largo de sus casi 85 años.

Maruja presumía de ser una mujer corriente, y todo en ella lo parecía. No había ningún rasgo llamativo en esta mujer de setenta y dos años que nos contaba una vida dedicada a su marido y a criar a sus hijas, sin apenas salir de su ciudad en una capital de provincia. Todo muy convencional, hasta el día en que se quedó viuda y decidió viajar. La conocimos en Shanghai, en el hotel Europa y compartimos una tetera y unas horas deliciosas escuchando sus impresiones sobre la India o Japón, sobre lo que le había gustado de Brasil o de Argentina, de las ganas que tenía de viajar al África Central y de sus dudas sobre el calor. Estaba conociendo los lugares más lejanos, nos explicaba, porque la vieja Europa ya la dejaba para cuando se hiciera mayor y tuviera menos energía.

María es gallega y amante del Caribe, y esto es literal. Amante del calor, del agua turquesa y la arena, de la poca ropa y el daiquiri, la comida y el relax que le ofrecían en ese hotel de todo incluido, en el que poder descansar y cargarse de energía. El encuentro ocasional con algún joven de la isla, eso sí muy protegida, formaba parte de las vacaciones y del disfrute sin compromisos. Creo que intentaba escandalizarme con los detalles cuando coincidimos tomando una copa en la playa.

Fernanda vivía en Madrid y un día decidió dejar su trabajo e irse. Nos encontramos en un campo de personas refugiadas en Grecia y al final del día y de las tareas hablamos del porqué de su viaje y nos contó. Después de varios años de trabajo intenso en una empresa tecnológica, de ser la mejor, la imprescindible, la que no mira el reloj ni la vida, había decidido pedir una excedencia por dos años y viajar. Su familia y amigos creían que se cansaría pronto y volvería, ella no. Unos meses colaborando con una ong y luego no sé, habrá algún otro lugar.

Mujeres y más mujeres a las que admiro, a todas, por su decisión de viajar movidas por sus ganas de conocer lugares y gentes de todo el mundo. Una inquietud maravillosa.

©Mabel Pérez Simal

 

 

 

Historias de Aeropuerto: RETRASO A DUBAI

Todas las personas que viajamos, poco o mucho, podemos contar alguna historia sucedida en un aeropuerto. Solemos coincidir en las de retrasos o equipajes perdidos, -como cuando vuelas a Santiago de Compostela y tus maletas acaban en Santiago de Chile-, otras versan sobre los hombres o mujeres que nos acompañan en el viaje, -con una cercanía cada vez más estrecha-, amables o ariscos, enfadadas o disfrutadoras, dormilones sonoros o lectoras incansables…. Encuentros y sucesos que van componiendo pequeñas historias que nos pueden arruinar un viaje o que nos pueden parecer divertidas, equívocas e incluso muy interesantes.

Esta pequeña historia de aeropuerto empieza en el de A Coruña, rumbo a Ibiza y con escala en Madrid. Parece que se retrasa, si, nos confirman un pequeño retraso que se va haciendo mayor, “lo sentimos, estén atentos a las pantallas e irán recibiendo información”. “No, no sabemos nada, no tenemos información y desconocemos el motivo del retraso”.

Algunas personas empiezan a apretarse en los mostradores, perdone es que tenemos un tránsito en Madrid y vamos a perder la conexión para Franfurt, Milán, Londres, Ibiza o Lanzarote.

“No se preocupen, no hay problema, parece que el retraso que está sufriendo Barajas afecta a todos los vuelos, por tanto si ustedes llegan retrasados su avión también saldrá retrasado y lo cogerán, tranquilos, nos informan de que el caos en Barajas es importante así que no se preocupen seguro que lo cogen.”

Las razones parece que son atmosféricas, ¿cómo?, ¿en junio en Madrid? Si, parece que está lloviendo. Y seguimos esperando….. hasta que nos llaman para embarcar con dos horas de retraso.

Nos sentamos en un asiento de pasillo y del medio, en compañía de un hombre joven, treintañero, que se mueve inquieto pegado a la ventanilla. Mira, busca a una azafata y toca el timbre varias veces hasta que una experta auxiliar de vuelo viene a atenderle y él le explica: “tengo que coger un avión en Madrid rumbo a Franfurt y voy muy justo, por favor, ¿habría un sitio en las primeras filas para poder salir antes e intentar llegar al otro embarque?”.

“Está bien, lo voy a mirar”.

Continúa muy nervioso cuando despegamos e iniciamos una accidentada travesía con vaivenes y turbulencias. Vuelve a preguntar, “oiga por favor, ¿me dice si puedo tener un sitio más cerca de la salida, que tengo mucha prisa para desembarcar?”.

“Lo siento señor, es imposible, hay muchos pasajeros en tránsito que están en el mismo caso que usted y no podemos cambiarlos a todos.”

“Ya, señorita, pero lo mío es muy urgente, voy a trabajar y no puedo llegar con retraso”.

“Lo siento, señor, pero cada pasajero tiene su propia urgencia”.

Insiste un poco más antes de resignarse a permanecer en la fila 25, a nuestro lado, encajonado en la ventanilla y sufriendo durante todo el viaje.

Charlamos con él intentando tranquilizarlo -muy difícil ya que no creemos que tenga ninguna posibilidad de coger su vuelo-, pero estamos a 5000 pies y no puede hacer nada. Nos explica que acaban de seleccionarle para un puesto de trabajo y que va a presentarse para que le hagan el contrato y claro, no es muy apropiado llegar a firmar tu primer contrato con un día de retraso.

Cuando empezamos a acercarnos y sentimos la bajada del tren de aterrizaje, nos dice que él va a salir, en cuanto tome tierra el avión y antes de que nadie se mueva, se va a desabrochar el cinturón y va a salir. Este es el plan: va a coger su maleta y va a correr por el pasillo hasta la puerta delantera para estar el primero en cuanto se abra. Queréis venir?

La verdad es que no, pero no te preocupes que nos levantamos, te dejamos salir y te deseamos mucha suerte.

En cuanto tocamos tierra activamos el plan, y muy rápido se levanta, coge su maleta y se lanza a la carrera por el pasillo vacío. Todo el pasaje lo mira mientras corre hacia la puerta delantera.

El avión al fin se para y oimos la voz del comandante que por el altavoz anuncia que el desembarco se efectuará por la puerta trasera.

OH NO, nos imaginamos que grita nuestro vecino de asiento mientras ve como todos los pasajeros salimos antes que él. La mala suerte o la famosa ley de Murphi hace que no quepa en el primer bus que llega a recogernos.

Un rato más tarde nos volvemos a encontrar en el mostrador de la compañía esperando  una alternativa el enlace perdido.

“Crees que podrás solucionarlo en el trabajo?”

“Espero que sí, voy a Dubai a trabajar de restaurador de obras de arte en un museo que van a abrir allí, el Louvre”.

El Louvre????

Una semana después, de vuelta en Madrid haciendo escala entre el vuelo de Ibiza y el de Coruña nos volvemos a encontrar. Se le veía tranquilo y emocionado después de una semana en Dubai y de haber firmado el contrato. Pasamos un rato muy divertido escuchando sus impresiones del país, la casa en la que va a vivir, la gente y su trabajo, sus dudas, expectativas y sus ganas de volver en una semana y ya para quedarse.

Una historia de viaje llena de significados que nos hablan de emigración, de angustias, de prisas y tranquilidades –al menos por dos años- pero también de desarraigo y distancia.

©Mabel Pérez Simal