Archivo por meses: marzo 2015

PEREGRINO

El Peregrin_MG_1580_det_web

Me quedo mirando a un hombre que camina con una chaqueta militar y una enorme mochila, parece mayor pero no podría calcular su edad. Me llama la atención su paso, sin prisa, con calma y solo por el borde de la carretera adoquinada que entra en Valença desde Tuy, la antigua, la que cruza el puente de hierro sobre el río Miño.

 A Raia, la que tantos y tantas cruzaron durante años de contrabando y estraperlo, en los que la frontera era un hervidero de mujeres con enormes fardos en la cabeza, o de discretos paseantes con pequeñas y valiosas mercancías.

 Hoy el puente está desierto, casi nadie lo cruza, ya no hay aduana y el de la autopista es más rápido. Un puente vacío pero lleno de recuerdos, de voces y carreras en tiempos de fascismo a uno y otro lado de la frontera.

 Me paro a tomar un café en ese bar que está en lo alto, justo después de pasar los antiguos edificios de la aduana portuguesa, la mayoría hoy vacíos, excepto una pequeña oficina de la red Eures que trata de informar a las personas que trabajan a ambos lados, transfronterizas.

En el bar, que tiene una original terraza con muebles hechos con palés, pido un café y me invade la sensación de estar en un lugar alejado de todo, de la actividad de las ciudades a ambos lados del río, en un espacio de transito que mantiene su pasado de frontera.

 Al momento llega el hombre de la mochila que caminaba por el borde adoquinado de la carretera, nos saludamos, y mientras se toma la cerveza compartimos el momento de descanso. En otra mesa se sienta una mujer con su viejo perro y empieza la mañana más fuerte pidiendo una copa y un café. Son las diez de la mañana de un día de sol radiante de invierno.

 La mujer portuguesa acaricia a su perro que se acerca a todos a buscar un mimo, y ella lo disculpa. Es tan mayor –dice- que intenta aprovechar todos los momentos que le quedan de calor.

 Sin intención pasamos de estar cada una en su mesa saboreando el café y los pensamientos, y nos convertirnos en un grupo que charla amablemente entre si. Se borran las fronteras y la distancia y empezamos a compartir saludos y presentaciones.

 Después de las primeras frases dedicadas al sol, la luz, y el buen día que tenemos por delante, la conversación se transforma y el ambiente se llena con la historia de vida de Antonio, el caminante, que saca de su mochila una carpeta llena de recortes de prensa plastificados y nos cuenta, mientras los enseña, lo que fue su vida en los últimos 7 años.

 Antonio y sus papeles amarillos hablan de su viaje por Jerusalén ,África y Europa desde que salió de su Cádiz natal, cuando decidió caminar sin fin después de sobrevivir a un naufragio en el mar de Noruega.

 Estaban en el barco pescando bacalao, cuando todos sus compañeros de vida y de trabajo murieron y él, único superviviente, pasó varias horas entre restos de maderas y cadáveres hasta que fue rescatado.

 Dos años de recuperación física y psíquica en un hospital, sin perspectivas de que pudiera volver a caminar, lo convirtieron en un caminante perpetuo.

 Su pensión le llega a duras penas para pagarse la comida y el alojamiento, y nos cuenta que esta noche no pudo dormir en el Albergue en Cerveira porque le faltaba 1€ para pagarlo.

 Y donde durmió? –pregunta la mujer portuguesa

 En un viejo lavadero.

 Como es posible? Como se puede ser tan insolidario? Donde está la humanidad? Se pregunta ella indignada, ella que con tanto amor cuida a su anciano perro.

 Un rato de charla y me despido para continuar el viaje. Camino hacia el coche pensando en todo lo que acabo de escuchar y vivir, y con la cabeza llena de emoción y sorpresa por haberme topado con una historia vital y tan intensa en un pequeño momento de café.

 Un regalo de vida en una mañana soleada y fría de enero y en un bar ligado a la Raia, ese espacio de frontera, de movimiento, de idas y venidas y de historias, esta es una más, la que me encontré ayer.

© Mabel Pérez Simal

 

 

El verano en Ibiza

L1030088

El sol, el calor y la luz entran por puertas y ventanas, siempre abiertas. Sombra y frescor en el interior, colores en las paredes, colores en las telas, cuadros y telas en las paredes. Equilibrio de color mezclado con puertas de madera antiguas y vigas en el techo.

Es fácil sentirse bien en esta casa que invita al descanso. Levantarse por la mañana con un buen desayuno esperando en la mesa, pan, tomates y aceite de oliva mezclados con zumos y café. Con calma, al aire libre, con tiempo.

El tiempo, para hablar de cómo estamos, de las noticias y de lo que nos gustaría hacer hoy, entre todos lo vamos organizando, playa y un baño, una visita al interior o pasear por la ciudad…… cada día arranca con un plan y luego se modifica, claro, depende del calor, del apetito, del paisaje o de la huida ante una playa preciosa y abarrotada.

Y los días van pasando llenos de placeres, de comidas frescas y cañas a mediodía y un buen vino por la noche, y sobre todo de conversaciones.

Intensas y llenas, en las que se van desvelando proyectos y preocupaciones, contamos lo que nos gustaría hacer algún día, sueños no muy definidos sobre los que hablar y compartir, personales y diferentes para cada uno, lo que a una le parece perfecto, al otro agotador.

  • – Quizás….. bueno en realidad es una idea un poco utópica, y lo más probable es que no se concrete nunca, pero me gusta pensarlo.
  • – No sé, algún día encuentras un lugar y te das cuenta de que allí es el lugar.
  • – Si pero, te tienes que mover para encontrarlo.

Alguien cambia de dirección y de tema y nos cuenta un documental visto en televisión, un libro, un viaje….Historias que se van hilando una tras otra, disfrutando de la conversación sin prisas y sin objetivos, que es la mejor forma de conversar.

Y así discurren las vacaciones, plenas de sol, mar, paseos, comidas, cenas y charlas, todo al aire libre, solo entramos para dormir y lo hacemos tarde. Nos recogemos y descansamos para volver a despertarnos y escuchar a Sergio cantando mientras prepara un delicioso desayuno…….

 © Mabel Pérez Simal

EL GIGANTE

_MG_0117

EL GIGANTE

 Estamos en Santa Clara en las afueras de la ciudad, en una enorme plaza vacía. Un espacio abierto que parece esperar actos multitudinarios, actos de reconocimiento, de recuerdo emocionado, de una curiosa mística que va más allá de la admiración. Levanto la vista al cielo, y le veo.

En un alto pedestal su enorme figura de Guerrillero. De pié, dando un paso al frente y con la mano izquierda escayolada, como el día en que paseó por las calles de Santa Clara.

“Las lomas del Cápiro seguían firmes y allí estuvimos luchando todo el día 30, tomando gradualmente al mismo tiempo distintos puntos de la ciudad. Ya en ese momento se habían cortado las comunicaciones entre el centro de Santa Clara y el tren blindado. Sus ocupantes, viéndose rodeados en las lomas del Cápiro trataron de fugarse por la vía férrea y con todo su magnífico cargamento cayeron en el ramal destruido previamente por nosotros, descarrilándose la locomotora y algunos vagones. Acosados por hombres que, desde puntos cercanos y vagones inmediatos lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertía en un verdadero horno para los soldados. En pocas horas se rendía la dotación completa, con sus 22 vagones, sus cañones antiaéreos, sus ametralladoras del mismo tipo, sus fabulosas cantidades de municiones, fabulosas para lo exiguo de nuestras dotaciones, claro está……..”

Así relata el Guerrillero el asalto al tren blindado y la batalla de Santa Clara -clave para el triunfo de la Revolución- en la que se rompieron las comunicaciones entre el ejercito de Batista y la isla se partió en dos. Aquel grupo de hombres mal armados, famélicos y mal vestidos ganaron la decisiva batalla.

Es por esto que Santa Clara está unida a la figura del Ché Guevara, para siempre.

Y es por eso que esta mañana, muy temprano, sentada en el suelo, admiro su enorme presencia en esta plaza. Poco a poco se va llenando de gente, personas mayores, jóvenes y niñas que van ocupando la gran llanura extendida a los pies del gigante.

A mediodía la plaza está completamente llena y todos estamos allí por el mismo motivo, recordar a Ernesto Guevara en el 40 aniversario de su asesinato, en la Higuera, Bolivia. Con su boina y su fusil, su puro, su sonrisa y su enorme atractivo, que hoy cuarenta años después sigue intacto.

© ESTUDIO ABAD FOTOGRAFÍA

En todas las culturas y en todos los continentes, entre los mayores, nostálgicos de épocas y épicas revolucionarias donde se juntaba acción y poesía, y entre los más jóvenes, los que no saben de su historia, los que no oyeron las canciones que le dedicaron los trovadores, los que no conocen sus palabras ni leyeron sus textos, los que apenas tienen referencias, pero intuyen en su cara, la que llevan grabada en la camiseta, su fuerza, la fuerza que le convirtió en un símbolo.

Un gigante que desafía al tiempo, a la historia y a su propia muerte.

© Mabel Pérez Simal

CALLE OBISPO, LA HABANA, CUBA

La Habana.Es por la tarde, una tarde en La Habana cargada de calor y con algunas nubes. Después de comer paseamos por la calle Obispo, una calle larga y estrecha que empieza a la altura del Floridita, el mítico local en donde sirven el mejor Daiquiri de La Habana, eso dicen, y termina en la monumental Plaza de Armas, cerca de la Bahía.

En esta Plaza y en la calle Obispo se pueden encontrar algunas joyas en los puestos de libros callejeros y en las librerías, donde poder disfrutar con toda la iconografía revolucionaria en la literatura, las fotos y la música.

La oficina del Historiador de la Habana Vieja está recuperando locales emblemáticos, llenos de todo el sabor y la grandiosidad histórica de La Habana, y la calle Obispo está llena de tiendas, de locales de copas y restaurantes, algunos muy recientes, con una carta variada y con los precios en CUC. Sin embargo y a pesar de los precios comimos rodeados de cubanos, de esa clase media emergente y con “un cierto” poder adquisitivo. También sobreviven algunos restaurantes populares con precios en pesos cubanos. Pocos.

La calle Obispo es una calle peatonal con muchísimo tránsito humano, pasan cientos de personas a mi lado mientras estoy sentada en el muro que rodea un pequeño jardín, en mitad de la calle, intentando no perderme nada. Escucho trozos de conversaciones, imagino vidas y relaciones y me empapo de todo este pasar, por la vida y por la calle. Personas que caminan plenas de expectativas y anhelos, que compran y comentan, que van pensando en lo que les gustaría y en lo que tienen, que escuchan la música de un bar cercano, y en la puerta, amagan unos pasos de baile en plena calle.

Veo pasar a algunas señoras mayores de caminar lento, estudiantes con uniforme de secundaria y viejos entrañables vendiendo el Gramma o el Juventud Rebelde. Alguno se para y nos cuenta que era fotógrafo de prensa en su juventud y ahora vende periódicos para completar su pensión sacando unos pesitos.

Se cruzan jóvenes atractivos con camisetas apretadas y mujeres bellísimas que caminan y van mirando y recogiendo todas las miradas, músicos con un violonchelo o una guitarra en la espalda, hombres y mujeres con bolsas de la compra, vendedores callejeros.

De vez en cuando se cruza en mi mirada un turista, con su cámara y su pasear un poco errático, intentando recoger en video todo lo que ve y también lo que siente, atrapando el ritmo de La Habana para poder contarlo al volver a su país. Como contar toda esta vida en movimiento?

Sigo mirando y admirando el trajín callejero y una escena me detiene. Una escena en mitad de la calle, del caminar y de la gente. Apoyado en una pared me encuentro con un beso.

Un hermoso y apasionado beso.

Dos jóvenes. Ella se apoya, relajada, con las manos detrás de la espalda y su cuerpo ofreciéndose a él con una suerte de indolencia. Él se acerca suavemente a su boca, coge su cara con una mano fuerte, no para sujetarla, sabe que no se va a mover, es para acariciarla y dirigirla ante su aparente pasividad.

Cuerpos sensuales que se acercan con la seguridad de su propio cuerpo -nada hay más sensual que saberse deseado- y esta escena lo refleja, aquí, en plena calle, al albur de todas las miradas y completamente ajenos a todo, solo pendientes el uno del otro y de su largo y apasionado beso.

© Mabel Pérez

John Berger en una animada charla con Ryszard Kapuscinski comenta:

IMG_2016_bn-web

“Hoy los cambios se suceden cada vez más rápidamente, frente a lo que ocurría en el siglo XIX.

Como señala Ryszard, aunque “el escenario político gira a un ritmo mucho más rápido que el de nuestra existencia cotidiana”, la vida material, la vida de cada día, para la mayor parte de la gente, no cambia casi nada, y si cambia algo, casi siempre es a peor.

Sin embargo, asistimos a enormes cambios en el campo de la tecnología, y en la esfera de la política, los cambios aparecen muy dramatizados.

La información se ha convertido en un bombardeo continuo. Los viajes, se hagan por placer o por necesidades económicas, como en el caso de la emigración, se han convertido en un lugar común. El mundo se ha convertido, por tanto, en algo inmenso. Y, sin embargo, ya no podemos sentirlo como nuestra casa. Esto significa que los relatos se vuelven extraños. La imaginación ha ocupado su lugar. Las sensaciones han sustituido al sentido del destino, que constituye la parte esencial de un relato.

Mientras que cualquier historia en su significado más profundo, es algo que le sucede a los cuerpos: hombres, mujeres, caballos, incluso naves, que son como cuerpos. La diferencia que separa la información de las historias verdaderas, las historias que les suceden a los cuerpos está en la perspectiva, en la óptica de los hechos. La cuestión radica en cómo se narra una historia. A propósito de esto, quisiera leeros un breve párrafo de una historia, escrita por Ryszard:

“Conocí a un hombre que había pasado diez años de su vida en un lager por haber recibido la orden de colocar un pesado busto de Lenin en una sala de recreo que estaba en un primer piso. Como la puerta era demasiado estrecha, el pobre desgraciado decidió entrar el busto por el balcón, para lo cual rodeó el cuello del autor de Materialismo y empirocriticismo con una gruesa soga. Aún no le había dado tiempo de quitar el lazo cuando ya lo habían arrojado al fondo de una mazmorra”.

Esto es un relato, no una noticia. Pero para observar lo que es físico, para observar la esencia de los relatos, es necesario que el cuerpo propio y verdadero del narrador se encuentre en el lugar de los hechos o en las inmediatas cercanías. No se pueden realizar observaciones sobre una pantalla. Todo lo más que permite una pantalla es leer”.

Nos proponemos captar los hechos, nuestra óptica de los hechos, e intentar transmitirla a través de las sensaciones, el olor y el sabor de las fotos y de los relatos.

Cita del libro de Ryszard Kapuscinski “Los cínicos no sirven para este oficio” de la editorial Anagrama, Edición de Maria Nadotti y traducción de Xavier González Rovira.