Archivo por meses: junio 2016

Mujeres Refugiadas

Yamila_MG_4719Yamila  Abdullah en su jaima del campo de Katsikas. Grecia

Que la lectura sana es cierto, y la escritura también. Estás aquí miras y compartes conversaciones, oyes y escribes. Es como cuando sueltas el suspiro que te ahoga y te quedas mejor, y yo al escribirlo también.

A final del día con las emociones acumuladas recuerdas lo vivido, las caras y los nombres, las sonrisas, las miradas, las mujeres y las niñas tan vulnerables, el entorno, ese tiempo detenido en que se convirtió su vida. Te estremece verlas lavando su ropa, ordenando su tienda y sus escasas pertenencias, apenas lo que pudieron sacar y sobre todo lo que pueden transportar. Peinan a sus niñas, buscan agua, hacen cola para la comida, la ropa, el calzado, comentan entre ellas y en ocasiones sonríen, incluso en algunos momentos las oyes reírse, con una risa liberadora y cómplice. Unos segundos en los que se alegran sus ojos oscuros y amables.

Mujeres refugiadas que trajinan por el campo ocupando su tiempo en tareas cotidianas, menudas y vestidas de formas diversas, más tradicional o menos y, en la mayoría de los casos, con el pañuelo que tapa su pelo y su cuello. Que hacen cola para casi todo en filas separadas de los hombres y que mantienen la distancia que su cultura les dicta. Se comunican con las mujeres voluntarias, se encuentran cómodas cuando entras en su jaima y te sientas a charlar y a tomar un té, y a  pesar de su escaso vocabulario en inglés siempre hay una hija o un nieto que traduce.

Con el pasar de los días y de las conversaciones empiezas a apreciar las diferencias entre ellas, diferentes países, formación, edad y carácter establecen los matices.

Mujeres grandes y curtidas como la madre de Zhara, alta y moviéndose por el campo  con determinación, decidida a buscarle un futuro a su hija, sola, su marido está encarcelado en Siria.

Mujeres mayores como Sma, abuela de 5 nietos todos chicos, con los que huyó después de que asesinaran a sus padres y que la obedecen sin rechistar.

Mujeres tapadas y discretas en público que saben que su seguridad está con sus maridos en un entorno hostil en el todo es más difícil para ellas.

Fareeda mujer del Kurdistán, orgullosa y amable. Las valientes mujeres kurdas acostumbradas a pelear y a defender a su familia, y también a su pueblo, perseguido en los distintos países que componen su patria.

Y también está Yamila, mujer de 62 años que viaja sola.

Yamila vivía en Damasco, Siria, en el campo de refugiados de Yarmouk. Sus padres eran palestinos de Akka y huyeron de Palestina en 1.948, después de la invasión israelí, cuando eran unos niños de 12 y 13 años. Se conocieron en Siria y se casaron y allí nació Yamila, en una familia muy numerosa. Nació y creció en Yarmouk un campo que era como una ciudad.

Cuando se murió su marido, hace un año, decidió abandonar Siria viajando con unos  vecinos porque no se sentía segura allí. Al poco de iniciar el viaje la quisieron abandonar y llevarse su dinero, ella les dijo que eran como el Daes y consiguió irse, aunque intentaron pegarle.

Viajó hasta el norte, muy tapada y de color negro, en un grupo de cuatro personas a las que encontró y que la acompañaron. En la frontera entre Siria y Turquía les dispararon.

  • La policía disparaba a las personas que intentaban pasar, le pagué a un hombre para que me ayudara, cogió el dinero y me empujó.
  • Ese fue mi viaje, todo el tiempo me caí y me levanté.

Pagó 700$ para llegar a la frontera y otros 1.000$ para pasar a Turquía. Atravesaron Turquía y llegaron al mar, allí pagaron a otro traficante para cruzar en un bote por 700$, en el que venían muy apretados y varias personas murieron en la travesía. Después de 4 horas de lluvia y olas altas, con la policía turca disparando al salir, consiguieron llegar a Lesbos, el 19 de marzo.

En ferry a Atenas y en bus al campo de Katsikas, en Ioannina, al que llegó el 20 de marzo.

El resumen del viaje de Yamila es: “Todo lo malo lo hemos visto y nos ha pasado”

  • ¿Qué esperas Yamila?
  • Nos dijeron que los países de la Unión Europea se repartirían a las personas refugiadas y estoy esperando para poder reunirme con mis hijas, dos, que están en Alemania con sus maridos, otras dos se quedaron en Siria. Espero que me reciban allí, además tengo los mismos años que Ángela Merkel.

Y Yamila se ríe, se ríe mucho, te cuenta sus penas y a continuación te regala una enorme sonrisa que le ocupa toda la cara, le quita pena a su relato porque ella quiere vivir la vida con alegría.

  • Siempre sonríes Yamila
  • Sí, porque es mi sentimiento, odio la tristeza, si me caigo me levanto, siempre de pie. Estoy viva.

Camila es una enorme mujer, orgullosa de su nación, Palestina, consciente de las dificultades que aún le esperan y con la determinación y la fuerza que le permitieron llegar hasta aquí. Dos horas de charla sentadas en la Jaima de Yamila son el mejor estimulante, y permanecerá en mi pensamiento para iluminar, con su sonrisa, los más grises días del invierno.

Todas y muchas más mujeres refugiadas, que a pesar de la dureza del viaje y de su vida en el campo mantienen la energía, la fuerza, y a las que reconozco en la mirada. No importa la ropa, el pañuelo, ni el color, ni la lengua. Al mirarnos a los ojos descubrimos todo lo que tenemos en común. Somos todas.

© Mabel Pérez Simal

_MG_4452

 

 

 

 

 

 

 

El desalojo de Idomeni

_MG_3698

El campo de Idomeni es una de las referencias de esta tragedia humanitaria, junto con Lesbos. Situado casi en la misma frontera con los vecinos del Norte, FYROM, para los griegos,  y en  un entorno de montañas, verde y frondoso, poblado de pinos, robles, higueras y pequeños pueblos de ritmo lento y perros perezosos tirados en medio de la carretera.

Al intentar acceder al campo, una vez iniciado el desalojo,  probamos distintas vías y en todas ellas nos encontramos con la policía que amablemente nos dice que no se puede pasar: “Idomeni está cerrado y por favor den la vuelta”.

En la confluencia con la carretera del campo y la autopista se sitúan las cámaras de tv y prensa esperando para ver pasar los buses llenos de personas evacuadas, y la entrada de las palas y los camiones que recogen las tiendas y toda la infraestructura del campo.

Al pasar cada bus y a través del cristal se intuyen las manos que nos saludan, y un grupo de payasos intenta acercarse con corazones de globos para mostrar la solidaridad de las personas que estamos impotentes viéndoles pasar. Emociona ver sus cabezas y manos, emociona pensar en su frustración por estar tan cerca, en la misma frontera, un paso más de su largo viaje y volver atrás, a un campo oficial por lo que parece, aunque nadie lo sabe con exactitud y hay muchas especulaciones. Lo que sí se sabe que muchos se fueron subiendo esas preciosas montañas.

Dejan pasar algún coche de Médicos del Mundo y ayer por la noche pudieron entrar los bomberos con comida, fruta y verduras de emergencia, con algunas reticencias por parte de la policía, pero pudieron entrar y distribuirla. Hay pocas noticias de lo que pasa dentro, apenas algún mensaje de Xan, que nos cuenta que está dentro, escondido en una tienda para ser testigo de lo que suceda.

Calculan que el desalojo durará entre 3 o 4 días ya que hay miles de personas en Idomeni, algunos cuentan que 4 mil y otros que hasta 8 mil.

Este campo se convirtió en todo un símbolo. La cercanía de la frontera y la actitud de algunos países de los Balcanes, el corte de las vías de ferrocarril y de tráfico de mercancías, su tamaño cada vez mayor, son elementos que hacen de Idomeni un lugar de referencia al que llegaban cada día cientos de personas voluntarias, ocupando los hoteles de los pueblos cercanos, todos completos, y los bares y restaurantes llenos al terminar el día, cuando necesitas cenar y comentar y explicar y compartir los momentos y los nombres y las necesidades y los recordatorios para el día siguiente, y, y, y….  poder deshacer ese nudo que llevas dentro desde la mañana cuando una escena o una niña, o una historia se te quedó en la garganta.

Al atardecer todas las personas voluntarias  nos manifestamos en la entrada de Idomeni, protestando por el desalojo. Pancartas pintadas en telas blancas y negras, gritando y pidiendo la apertura de las fronteras, un paso humanitario, una posibilidad de tránsito como la que disfrutamos las que estamos aquí.

Yo, nosotras, podemos ir y venir, circular por un mundo globalizado en el que el dinero, de los que lo tienen, viaja desde los países de residencia a islas y lugares pequeños mal llamados paraísos, las empresas producen aquí y venden y cotizan allá en función del mayor beneficio, una libre circulación prohibida a las personas que tienen una urgencia humanitaria, por motivos de guerra, de pobreza, de cambio climático o de hambrunas, condenados y estigmatizados con la condición de “refugiadas”.

Estar aquí es ver, en directo y en sus caras, la injusticia y la crueldad de esta organización mundial.

© Mabel Pérez Simal

 

 

DEPORTADOS

_MG_3664_cut

Ayer vivimos un momento de tensión especialmente duro. Después de estar toda la mañana visitando las tiendas y haciendo un censo de familias para repartir las tarjetas de comida, paramos para tomar un falafel en el bar de EKO.

Al rato llegaron varios autobuses de la policía y aparcaron en un lateral del campo  escoltados por sonidos de sirenas y luces azules. Nos acercamos la mayoría de las personas voluntarias que estábamos allí esperando una explicación sobre lo que sucedía y empezaban a bajar de los buses a unas ciento y pico personas, hombres y mujeres con sus pequeños de todas las edades, cargados de mochilas, bolsas, sacos de dormir y alguna tienda.

En principio se pensó que eran refugiados trasladados del desalojo de Idomeni que llegaban a este campo, pero los ánimos estaban muy alterados y algunos de los jóvenes empezaron a explicar, bien alto, que eran deportados, que habían cruzado la frontera y la policía de la República Makedonia, FYROM, los había detenido y llevado a la frontera griega, donde la policía los recogió y los trajo a EKO.

Un joven explica gritando que los soldados americanos destrozaron su país, Afganistán, que los Talibán lo quieren asesinar y al llegar a Europa lo tratan igual de mal, no puede vivir en ningún lugar, no hay un lugar en el mundo para los que no pueden vivir en su país?

Aunque parezca increíble siguen pensando que tendrán una buena acogida en Europa, que entenderemos por lo que están pasando y les ofreceremos asilo y una oportunidad, descubrir la realidad después de un viaje tan largo, de meses e incluso de años para llegar aquí es muy duro.

Protestan y se desesperan, habían estado al otro lado y los devuelven al punto de partida, algunos habían pagado un precio muy alto a los traficantes y ahora no tienen más dinero. El precio del viaje sube en función de las dificultades y de los controles policiales, hace unas semanas era de 1.000€ y hoy llega a los 3.000€ por adulto y 1.500 por niño. Los que puedan pagar lo volverán a intentar, arriesgándose, y los que no pueden pagar solo pueden quedarse aquí, en el campo, esperando sin esperanza, mientras les dan de comer un grupo de voluntarios, y después qué?

El momento es duro y el ambiente desesperante y nos quedamos mirando sobrecogidos y esperando a ver qué podemos hacer.

Cuando empiezan a ver dónde les deja la policía, un grupo numeroso discuten entre ellos, cogen sus cosas y sus niños y se ponen a caminar por el borde de la autopista, que pasa? Porque no se quedan? Dicen que se van a Hara, que son afganos y no se van a quedar en un campo de mayoría siria.

Los bomberos se dirigen a la policía y les pide que los lleven a Hara que no pueden caminar más de 35 km, cargados y con los pequeños, la policía lo consulta y dice que sí, que suban al bus. Y no se suben, dicen que no y siguen caminando, que no se fían.

Al toque nos ponemos en marcha, todas y todos los que tengan coche que vayan recogiendo familias en el arcén de la autopista y llevándolas a Hara.

Sabemos que es ilegal, estamos avisadas de que llevar inmigrantes sin papeles en el coche puede suponer un par de días de calabozo, pero no lo piensa nadie, solo entiendes que no puedes dejar que se vayan caminando. Luego nos cuentan que los bomberos habían pactado con la policía que nos dejaran transportarles hasta el otro campo.

En el coche pequeño que tenemos alquilado sube una familia, padre, madre e hijo, que con sus bolsas y mochilas invaden todo el espacio, no problem, dicen, y dan las gracias.

Bien apretados detrás nos piden que los llevemos a la estación de bus de Polykastro, no quieren ir a un campo y se van a Tesalónica que tienen un amigo allí. Por el camino nos cuentan como los deportaron y que la policía de FYROM les borró las fotos de la cámara, para no dejar pruebas de su actuación.

Los dejamos en el bus entre muestras de agradecimiento. Se hacen un selfie con nosotros, y se van a seguir intentando conseguir su objetivo de llegar a Holanda.

Cansados por la tensión y su desesperación, nos sentamos en un bar, sin palabras, mirando y esperando a que vuelva la serenidad, porque en este momento de pérdida de calma sé muy bien lo que haría si tuviera delante a algún representante de la Comisión Europea.

© Mabel Pérez Simal