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Historias de Aeropuerto: RETRASO A DUBAI

Todas las personas que viajamos, poco o mucho, podemos contar alguna historia sucedida en un aeropuerto. Solemos coincidir en las de retrasos o equipajes perdidos, -como cuando vuelas a Santiago de Compostela y tus maletas acaban en Santiago de Chile-, otras versan sobre los hombres o mujeres que nos acompañan en el viaje, -con una cercanía cada vez más estrecha-, amables o ariscos, enfadadas o disfrutadoras, dormilones sonoros o lectoras incansables…. Encuentros y sucesos que van componiendo pequeñas historias que nos pueden arruinar un viaje o que nos pueden parecer divertidas, equívocas e incluso muy interesantes.

Esta pequeña historia de aeropuerto empieza en el de A Coruña, rumbo a Ibiza y con escala en Madrid. Parece que se retrasa, si, nos confirman un pequeño retraso que se va haciendo mayor, “lo sentimos, estén atentos a las pantallas e irán recibiendo información”. “No, no sabemos nada, no tenemos información y desconocemos el motivo del retraso”.

Algunas personas empiezan a apretarse en los mostradores, perdone es que tenemos un tránsito en Madrid y vamos a perder la conexión para Franfurt, Milán, Londres, Ibiza o Lanzarote.

“No se preocupen, no hay problema, parece que el retraso que está sufriendo Barajas afecta a todos los vuelos, por tanto si ustedes llegan retrasados su avión también saldrá retrasado y lo cogerán, tranquilos, nos informan de que el caos en Barajas es importante así que no se preocupen seguro que lo cogen.”

Las razones parece que son atmosféricas, ¿cómo?, ¿en junio en Madrid? Si, parece que está lloviendo. Y seguimos esperando….. hasta que nos llaman para embarcar con dos horas de retraso.

Nos sentamos en un asiento de pasillo y del medio, en compañía de un hombre joven, treintañero, que se mueve inquieto pegado a la ventanilla. Mira, busca a una azafata y toca el timbre varias veces hasta que una experta auxiliar de vuelo viene a atenderle y él le explica: “tengo que coger un avión en Madrid rumbo a Franfurt y voy muy justo, por favor, ¿habría un sitio en las primeras filas para poder salir antes e intentar llegar al otro embarque?”.

“Está bien, lo voy a mirar”.

Continúa muy nervioso cuando despegamos e iniciamos una accidentada travesía con vaivenes y turbulencias. Vuelve a preguntar, “oiga por favor, ¿me dice si puedo tener un sitio más cerca de la salida, que tengo mucha prisa para desembarcar?”.

“Lo siento señor, es imposible, hay muchos pasajeros en tránsito que están en el mismo caso que usted y no podemos cambiarlos a todos.”

“Ya, señorita, pero lo mío es muy urgente, voy a trabajar y no puedo llegar con retraso”.

“Lo siento, señor, pero cada pasajero tiene su propia urgencia”.

Insiste un poco más antes de resignarse a permanecer en la fila 25, a nuestro lado, encajonado en la ventanilla y sufriendo durante todo el viaje.

Charlamos con él intentando tranquilizarlo -muy difícil ya que no creemos que tenga ninguna posibilidad de coger su vuelo-, pero estamos a 5000 pies y no puede hacer nada. Nos explica que acaban de seleccionarle para un puesto de trabajo y que va a presentarse para que le hagan el contrato y claro, no es muy apropiado llegar a firmar tu primer contrato con un día de retraso.

Cuando empezamos a acercarnos y sentimos la bajada del tren de aterrizaje, nos dice que él va a salir, en cuanto tome tierra el avión y antes de que nadie se mueva, se va a desabrochar el cinturón y va a salir. Este es el plan: va a coger su maleta y va a correr por el pasillo hasta la puerta delantera para estar el primero en cuanto se abra. Queréis venir?

La verdad es que no, pero no te preocupes que nos levantamos, te dejamos salir y te deseamos mucha suerte.

En cuanto tocamos tierra activamos el plan, y muy rápido se levanta, coge su maleta y se lanza a la carrera por el pasillo vacío. Todo el pasaje lo mira mientras corre hacia la puerta delantera.

El avión al fin se para y oimos la voz del comandante que por el altavoz anuncia que el desembarco se efectuará por la puerta trasera.

OH NO, nos imaginamos que grita nuestro vecino de asiento mientras ve como todos los pasajeros salimos antes que él. La mala suerte o la famosa ley de Murphi hace que no quepa en el primer bus que llega a recogernos.

Un rato más tarde nos volvemos a encontrar en el mostrador de la compañía esperando  una alternativa el enlace perdido.

“Crees que podrás solucionarlo en el trabajo?”

“Espero que sí, voy a Dubai a trabajar de restaurador de obras de arte en un museo que van a abrir allí, el Louvre”.

El Louvre????

Una semana después, de vuelta en Madrid haciendo escala entre el vuelo de Ibiza y el de Coruña nos volvemos a encontrar. Se le veía tranquilo y emocionado después de una semana en Dubai y de haber firmado el contrato. Pasamos un rato muy divertido escuchando sus impresiones del país, la casa en la que va a vivir, la gente y su trabajo, sus dudas, expectativas y sus ganas de volver en una semana y ya para quedarse.

Una historia de viaje llena de significados que nos hablan de emigración, de angustias, de prisas y tranquilidades –al menos por dos años- pero también de desarraigo y distancia.

©Mabel Pérez Simal